Revista Pliegos de Rebotica - Nº 141- abril-junio 2020

mucha, mucha gente se había quedado en el camino, el mundo que se abría frente a ellos era esperanzador. Pero en ese momento, apareció algo más fuerte que la energía que se acumulaba en los triángulos de carbono: la codicia humana. Aquellos científicos que modelaban el mundo en aras de una mejora del desarrollo de la raza humana, percibieron su poder.Y lo que era poder creador, poder de transformación, poder de mejora, se libró de todos los apellidos posibles, y se transformó en simple PODER.Y la casta científica se embriagó hasta la médula. Se puso todo en cuestión, lo mismo que se había puesto anteriormente el desarrollo tecnológico o productivo de cualquier índole. Se empezó con toda la revisión de lo humano y lo divino, y cuando cae lo humano y lo divino, algo debe ocupar su lugar, y puesto que la ciencia no lo puede cubrir todo, no puede explicar la emoción que transmite una poesía, a alegría que contagia una canción, la sensación que refleja un cuadro, la sonrisa de un niño cuando ve una obra de teatro, la satisfacción del fotógrafo que capta en su instantánea una fracción de tiempo, hay que llenarlo con algo. Se llena con tiranía y visión única de las cosas. Así el mundo fue unificado bajo la verdad de los científicos. Aunque estando bajo el paraguas de esta verdad, hay un momento en el que alguien descubre que es el ejecutor material de esa verdad. El valedor físico del mantenimiento y duración de ese poder, un poder que no le han delegado, que no le han compartido, un poder del cual simplemente le han nombrado perro cancerbero, obligado a mantener el mismo hasta el fin de sus días, sin poder saborear el sentimiento de tomar las riendas de la situación. De ser el corcel que corre infatigable hasta el final del camino, que cuando cae exhausto en el umbral de la muerte, el jinete simplemente remata de un tiro en la cabeza, cambiando de caballo.Y surge otra lucha por el PODER. El poder de la fuerza se impone a los demás. Quiere controlar a los demás Este poder no tiene los conocimientos necesarios para crear algo, pero sí para arrancarlo, sojuzgarlo y someterlo. Así que la ya más que diezmada población superviviente, que se había adaptado la nueva visión de la ciencia, vuelve a ser segada, esta vez por la lucha armamentística de los nuevos arsenales militares (eso sí, limpios y sin dejar efectos permanentes en las zonas atacadas), masacrando la menguada población humana, sin distinguir lugares, razas, sexo ni edad. La hecatombe es mundial, pues cuando parece que el poder de la fuerza puede controlar el planeta, surgen múltiples mini poderes locales, los cuales aspiran a ostentar el poder máximo, por lo que se desata una lucha de fuerzas que devastan lo que queda del mundo. Individuos huyen en todas direcciones, fuera de las ruinas de las urbes, convertidas en objetivos militares, aun no conservando más que muros maltrechos. La desolación se generaliza. La Humanidad vislumbra su final. Se oye trotar a los cuatro jinetes de la Apocalipsis, galopando y riendo por el cielo encendido. Un nuevo día amanece. Un hombre se despierta y despereza en la entrada de una cueva, y sale al exterior sin hacer ruido, para no despertar a la veintena de hombres y mujeres que duermen todavía. Coge un par de libros viejos y amarillentos, los cuales tira a los restos de la hoguera que arde en el exterior, provocando que alegres llamas de fuego dancen en torno a ellos y los devoren. Pone un trozo de sílex en el perímetro de la hoguera, y cuando está caliente, lo coge, y con un canto rodado, empieza a darle forma para tallar una punta de flecha. n 9 Pliegos de Rebotica 2020

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