Revista Pliegos de Rebotica - Nº 141- abril-junio 2020

lo hiciera a diario. En la cocina le puso unas sobras de cocido caliente en un plato limpio. Mientras el can lo dejaba de nuevo impoluto, la mujer se sintió gratamente complacida.Volvía a tener pareja. Esa misma tarde compró un collar de acero, una correa, un cepillo de púas y un aerosol anti-parásitos. La mañana siguiente Belén y Gorki —como lo llamó en homenaje a su ídolo de lecturas y soflamas juveniles—, salieron a pasear juntos. En cuanto doblaron la primera esquina el perro se detuvo en la puerta de un horno y, por mucho que ella tirara de la traílla le fue imposible conseguir que avanzara un metro. Cuando el aire le trajo un aroma denso a masa de harina, le vino a la cabeza que le faltaba pan en la despensa. Regresó con dos barras de integral y un paquete de madalenas. Intuyó que Gorki no iba a escapar, así que se había limitado a dejar caer la traílla. Mientras caminaban junto a la verja de la Iglesia iba reflexionando sobre la condición innata del perro de percatarse de una carencia tan concreta como el pan. ¿Cómo lo había averiguado? Un poco más abajo se abría una oficina bancaria. Gorki volvió a detenerse, clavado en el asfalto. Ladró un par de veces moviendo el rabo y su ama cayó en la cuenta de que, en efecto, no le quedaban fondos en metálico. En cinco minutos lo resolvió en el cajero automático y siguieron con el paseo. Poco después en la papelería se repitió la situación y allí compró recambios del portaminas e hizo una fotocopia del carnet de identidad que necesitaba para un trámite. Gorki la miraba de reojo cada tanto. Seguía sin despegarse un metro, como si hubiera firmado con ella un compromiso férreo e indisoluble. En casa el animal pronto colonizó un sillón frente a la tele.Tanto si no le gustaba el programa, o si le gustaba y entonces sonaba el móvil de Belén, gruñía irritado. Si encima el asunto se eternizaba en una charla femenina inacabable, ladraba a todo trapo, hecho un basilisco, sobre todo si estaban emitiendo algún documental de la selva, en especial los de elefantes o cocodrilos. Pero cuando peor soportaba interrupciones y ruidos inoportunos era mientras la chica del tiempo ocupaba la pantalla de cuerpo entero ilustrándoles con una maraña de isobaras e isotermas, los lagos ovalados de borrascas y el bingo de temperaturas máximas y mínimas. — ¡Gorki! —le reñía Belén— ¡Si quieres seguir viviendo conmigo procura comportarte! ¡No te voy a consentir malos modales! En resumen, que se habían convertido a casi todos los efectos en una pareja de hecho. Una de tantas. Aunque no podía considerarse que su vínculo tuviese las características de un matrimonio, por supuesto, sino más bien el de un consorcio de solitarios. Una noche después de cenar, observándolo sobado como un bollo en el sillón, Belén se entretuvo en contabilizar que emitía series precisas de entre ocho y diez ronquidos antes de chasquear la lengua dos veces. Luego, levantando un solo párpado, la miraba con indiferencia. Tal descubrimiento le trajo a la memoria recuerdos que le hicieron dar un respingo, y más cuando se solaparon en su memoria con la sensación de familiaridad que le produjo Gorki la primera vez que lo vio. No, imposible, se tranquilizó, por desgracia Emilio estaba muerto. Del todo.Y bien enterrado. La mujer fue desentendiéndose del itinerario en sus salidas matinales. En cuanto pisaban la calle dejaba que el perro eligiera por dónde pasear y en qué punto detenerse. Tanto si era la tintorería, el supermercado, la farmacia, o la tienda de todo a cien, Gorki jamás erraba sobre lo que en ese momento necesitara. Además, Belén se sentía jovial, afable y empática con sus amistades, como rejuvenecida, hasta el punto de que ese invierno no pidió en el ambulatorio que le vacunaran contra la gripe ni contra el catarro, y llegó a la primavera sin haber tenido que ponerse el termómetro. Hasta su dolorosa ciática le fue benigna esa temporada. La compañía de Gorki le sentaba de fábula, como si la hubiera blindado ante pesimismos y achaques. A final del verano Belén empezó a sentir un leve malestar tras alguna comida demasiado condimentada. No sería importante, cualquier antiácido lo remediaría. Pero Gorki la estudiaba como nunca, con notable interés, y de un día para otro se sumergió en un marasmo inusual. Una tarde de otoño, bajo una temperatura más propio del estío, salieron a estirar las piernas y hacer los honores a la lista de la compra. Recorrieron varias manzanas. Gorki no se paró en ningún establecimiento comercial, sino que anduvo resuelto hasta llegar a la puerta de uno desnudo de fastos y publicidad. Una funeraria. Se sentó sobre los cuartos traseros para lanzarle a ella una mirada cargada de intención que ambos sostuvieron sin pestañear. Tras unos segundos en los que el fantasma de una presentida certeza recorrió la espina dorsal de Belén, sacó el móvil para telefonear desde allí mismo al notario. Quería revisar su testamento. Acababa de enterarse de que le quedaba poco tiempo de vida. n 19 Pliegos de Rebotica 2020

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