Revista Pliegos de Rebotica - Nº 141- abril-junio 2020

18 Pliegos de Rebotica 2020 P P ese a sus indiscutibles atractivos —funcionaria recién jubilada, una presencia más que agraciada, culta pero no pedante y discreta aunque algo bohemia de melena—, los intentos de encontrar compañía masculina habían fracasado.A la hora de establecer relaciones sentimentales la falta de entrenamiento era una losa, los ritos del galanteo moderno eran ajenos a una mentalidad anclada todavía en protocolos obsoletos. Belén llevaba bastantes años sola, algo que nunca estuvo en sus planes. Una nefasta jugada del destino haber enviudado tan joven de Emilio. Hacía tiempo que sus hijos abandonaron el domicilio familiar. Belén veía aproximarse el período inclemente de la senectud con su paquete adjunto de graduales achaques —cuando no lo que una amiga graciosilla llamaba el «derrumbe técnico»—. Le preocupaba la perspectiva de abordar la ancianidad sin un afecto cercano. De modo que llegado ese momento en la vida de toda mujer madura en que una hamburguesa nunca, ni con mayonesa ni con kétchup , puede saber a chuletón de Ávila, y visto el deplorable nivel físico y mental del material masculino circulante, Belén consideró una alternativa de emergencia. Comprarse un perro. Uno que, por muy irracional que fuera, sería al fin y al cabo el ser vivo capaz de rellenar un refugio, el suyo, ahora silencioso y aburrido.A Belén le habían gustado los perros desde niña y, ya casada, sondeó la incorporación de uno a la familia, pero a su Emilio le daban grima los chuchos, así que por evitar un conflicto conyugal se resignó durante décadas a que siguiera constituyendo un deseo incumplido. Pero en su situación y decidida a intentar en serio el proyecto, se puso manos a la obra. El primer paso fueron las tiendas de mascotas.Allí le costaba decidirse.Ante los cachorros le agobiaba la perspectiva de volver a dar biberones y limpiar cacas blandas. Después preguntó en la perrera municipal, y no le garantizaron que el perro que eligiera estuviera del todo sano o libre de alguna manía. Empezó a temer que su idea no fuera tan sencilla de llevar a término como le pareció en un primer momento. Una mañana paseaba mirando escaparates al volver de un taller de pintura. Reparó en un perro que se le cruzó en la acera, uno color canela, sin collar, sin alcurnia y seguro que también sin papeles. El animal pareció advertir su interés ya que dejó de hociquear por las papeleras y la miró también. Muy serio, la lengua oculta en una boca cerrada, un ojo más abierto que el otro y la cabeza un poco torcida. Una actitud que cualquier espectador definiría como de desamparo inteligente, y, a Belén, una forma de mirar que le resultó casi humana, familiar. ¿Y si el perro quería decirle algo? Pero, claro, los perros no hablan, reflexionó en primera instancia. Aunque no era experta en razas caninas advirtió que aquel animal reunía rasgos de al menos media docena. Un ser único, diferente a cualquier otro perro del planeta. «Tal vez este valga, ¿por qué no? Será como conseguir un Picasso gratis», se dijo echándole humor al asunto. Al poco ambos se movían al unísono acera arriba y acera abajo. Cuando por fin ella siguió hacia su casa sin detenerse, el perro único se mantuvo a su lado. La mujer con sentimientos contradictorios. El animal con la absoluta certeza de que no iba a pasar más hambre en su vida.Aunque a Belén le quedaba todavía un residuo de aprensión, procuró caminar a un ritmo constante, sin perderle ojo, dispuesta incluso a chistarlo si se le despistaba, por si acaso los coches o la perrera municipal.Y es que en el fondo le hacía más falta el perro a la mujer que la mujer al perro.También, todo hay que decirlo, ella le había gustado a él desde que la vio por la acera con la carpeta de tela azul de dibujo colgada a la espalda, el bolso de saco en bandolera y sus pulseras multicolores centelleando en la muñeca derecha. Porte y complementos inequívocos de la orfandad. Tras apenas un breve instante de indecisión, Belén sostuvo entreabierto el portal de su casa y el animal entró con paso firme, como si Rafael Borrás Una pareja de tantas

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