Página 9 - Pliegos de Rebotica Nº 110 - Julio/Septiembre 2012

P
de Rebotica
LIEGOS
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PREMIOS AEFLA 2011
rellenar. Todo ello le había hecho
considerar la opción de solicitar el
cambio a otro horario, de mañana
o tarde, aun con la disminución
salarial que supondría. A pesar de todo, aquella
noche no podía sentirse más reconfortado al pensar
en las esperanzadoras noticias del psiquiatra;
dentro del habitual lenguaje críptico que
empleaba, tanto él como su esposa
habían creído entender que la nueva
terapia que estaba utilizando con su hijo
estaba dando resultados positivos. El niño,
de 4 años, no había manifestado hasta ahora
ninguna mejoría en su estado de aislamiento
del mundo. Para lo que hay que ver y sufrir
en esta vida, pensaba en los peores
momentos, mejor que se quede así, pero lo cierto es
que aquello generaba en la pareja la erosión de una
lluvia de mil años. Entró a orinar en un bar, se tomó
un café solo y le dejó propina a la camarera.
Cada vez que algún policía franqueaba la puerta del
local Olinda no podía evitar sentir debilidad en las
piernas. Ya le habían dicho que tenía que mostrarse
tranquila, como si no sucediese nada, pero el
imaginarse de vuelta a su país por no tener permiso
de residencia le producía un profundo desasosiego.
Su jefe le había prometido en varias ocasiones que
pronto llegarían esos papeles, pero de eso hacía ya
más de ocho meses, y ella tenía la sensación de que
esas palabras estaban tan vacías como las
intenciones de tramitar los documentos, y de esa
forma podía mantenerla trabajando
con un horario tan ancho y
un sueldo tan estrecho. Él
se marchaba pronto, y ella
quedaba encargada del
local con la estricta orden
de no cerrar antes de las
tres, para no perder ni un
solo cliente. Y aún
debía sentirse
agradecida,
argumentaba el muy
canalla, por poder trabajar
ahí, y no de puta, como muchas de sus
compañeras. Lo peor de todo es que era
verdad, se decía Olinda, y pensaba en que
Iris, Claudia y otras estarían a esas horas
por la calle, a merced de cualquier
pervertido. Al menos ese mes iba a poder
enviar algo más de dinero; iba haciendo
cálculos mientras sacaba los contenedores
de la basura y se fijó en un hombre que entraba en
una ambulancia aparcada junto al bar.
Era el tercer aviso de la noche, aunque ninguno
había sido de gravedad, ¿por qué no se lo pensarían
antes llamar a urgencias a esas horas de la
madrugada? Al llegar al Centro de Salud se acostó
un rato, podría enganchar un par de horitas de sueño
hasta las seis, cuando acababa su refuerzo. Sin
embargo no durmió, se acordaba de Sonia, le
apetecía estar con ella, abrazarla mucho tiempo
seguido. Seguro que ella también estaría sola en su
casa pensando en él, imaginando que estaba
desvelado. Sonia había cambiado su vida hacía siete
meses; cuando parecía que todo era estable, su
mujer, su hija, el trabajo, los amigos, reinaba la
seguridad de creerse asentado sobre unos cimientos
sólidos, y de repente apareció ella, como un
terremoto que pone todo patas arriba en cinco
minutos. El vértigo le cercaba desde entonces, pero
al mismo tiempo le hacía sentir tenso y vivo.
Cuando finalizó su turno se levantó y se marchó
caminando hasta su casa, donde le esperaría su
esposa, a todas luces ignorante del turbulento estado
de ánimo; ella era feliz con su trabajo, y
seguramente no le pedía más a los días. Por eso, y
aunque estaba convencido de hacerlo, sería más
doloroso cuando al fin se atreviese a comunicarle
que quería marcharse con Sonia. Pensando en ello,
Jerónimo introdujo la llave en la cerradura y abrió la
puerta con cuidado. Ligia todavía dormía.
Laboratorios Cinfa
Primer Premio
Literatura en prosa