Página 6 - Pliegos de Rebotica Nº 110 - Julio/Septiembre 2012

que hasta los potitos nos di-
jeran: “Adiós, nos vere-
mos en el intestino
grueso”. A mí me
gustaba una de las
farmacéuticas, de
constitución pequeña, pelo largo y ondula-
do, un poco tímida. Con el tiempo descubrí
que se llamaba Tina. Era muy cariñosa con sus
clientes, siempre les daba buenos consejos. En-
seguida noté que le gustaba su trabajo, pero tenía
un destello triste en sus ojos que me hacía intuir que
no era totalmente feliz.
La leyenda urbana decía que, con un poco de con-
centración, los supositorios de glicerina podían sufrir
un proceso de morfocapsulización, pero tenía que com-
probarlo por mí mismo. El 27 de marzo fue un día de
desesperación en el que decidí que las cosas tenían que
cambiar. Enseguida lo supe: quería convertirme en cáp-
sula. Aun diría más, quería ser una cápsula de marca,
un antigripal de aquellos que todo el mundo compraba
continuamente. Además, quería cambiar mi
karma
y
decir adiós al sufrimiento de pensar lo que me espera-
ba en mi próxima vida; aquí se acabaría el espiral del
mal en el que estaba metido. Y la única manera era ha-
ciendo el bien, cosa muy difícil si seguía siendo un su-
positorio genérico de glicerina. Una vez tuve mis ob-
jetivos claros el universo se puso a mi favor.
Ya me había fijado en que Tina miraba a Jorge, el
chico que traía los pedidos, con ojillos acorazonados.
Y no me extraña, ya que tenía el cuerpo tan perfecto
como si de un medicamento de marca se tratara. Ade-
más, detrás de su hermosa sonrisa se escondía un gran
corazón que hacía tiempo tenía la aorta puesta en Ti-
na, pero casi nunca se hablaban. Entre Tina, que se li-
mitaba a mirarle y soñar que un día él le declararía su
amor y se casarían y tendrían hijos juntos pero que en
el momento de la verdad nunca se atrevía a ir más allá
de los buenos días, y Jorge, que la miraba y pensaba
que una mujer tan hermosa nunca se fijaría en él, esto
era un nunca empezar. Entre los dos, me subían la li-
posolubilidad por los aires.
El día L, que me gusta recordar como el día de mi
liberación, Tina tenía que revisar que no hubiera
medicamentos caducados. Como Tina era una
buenaza, le tocaban las peores faenas de la far-
macia. En esas que nos encontró olvidados y
cubiertos de polvo detrás de los chupetes, a un
mes de estirar la pata. Nos sacó de la caja pa-
ra evitar que nos vendieran, nos dejó sobre
la mesa donde recibían el pedido, y con el
ajetreo de la mañana se olvidó de nosotros.
Llegó el pedido y nos pusieron al lado de
una bonita caja de cápsulas antigripales de
marca.
Berta, una de las farmacéuticas más bu-
lliciosas de la farmacia que tendía a hablar
demasiado y trabajar poco, casualmente ese
día no se encontraba bien. Corría una epi-
demia de gripe y la mañana anterior un
cliente le había tosido en la cara para ayu-
dar a que ésta decidiera el
mejor tipo de jarabe a reco-
mendarle. Seguramente el
virus la había contagiado, ya
que Berta notaba cómo la gri-
pe empezaba a invadir su cuerpo
poco a poco. Se sentó en una silla un
tanto mareada, abrió la caja de cápsulas de
antigripales de marca que había a nuestro la-
do y sacó una de ellas del envoltorio. Aburrida,
se dedicó a jugar con nosotros, los olvidados suposito-
rios. Tomó a uno de mis hermanos y lo destruyó con
sus propias manos ante nuestras asustadas cabezas.
Luego decidió que desharía a otro de nosotros con ayu-
da de su mechero, y me tomó a mí. Era mi hora, lo sen-
tía. Iba a morir sin haber tenido tiempo de hacer el bien.
Empecé a ponerme nervioso, y noté cómo empeza-
ba a deshacerme sin ayuda del fuego. Pero el
karma
estaba de mi parte y Tina me salvó. Se dio cuenta de
que Berta se estaba escaqueando otra vez y la llamó al
mostrador. Berta me dejó en la mesa junto a la cápsu-
la y, con cara de mal humor, se dirigió a atender clien-
tes. Pensé que el
karma
me estaba brindando una opor-
tunidad única. Si quería cumplir con mi sueño dorado
era ahora o nunca. Imaginé con todas mis fuerzas que
me deshacía y que me unía de forma irreversible a la
cápsula que tenía al lado gracias a la bendita glicerina
que tenía en mí.
El milagro ocurrió. Un momento era supositorio, al
siguiente era una delgada capa de glicerina deshecha y
al otro era parte de la cápsula pija de mi lado. Muy a
su pesar, la morfocapsulización había funcionado con
éxito. No cabía en mí de gozo. ”Espera a que me ve-
an mis hermanos”, pensé con orgullo. A este paso, es-
to era el fin de nuestra casta, estaba seguro.
Lo que pasó a continuación fue bastante inespera-
do. Jorge entró con el pedido, lo dejó en la mesa y co-
mo tampoco se encontraba muy bien, me vio y me re-
conoció como antigripal. Ni corto ni perezoso me puso
entre sus labios, y se me zampó. Así de simple, no to-
mó ni un poquito de agua.
Qué corta fue mi vida como cápsula –pensé una
vez en su torrente sanguíneo–. ¡Y no he tenido tiem-
po de hacer el bien! Pero espera… podría…” Se me
ocurrió tan rápido que no tuve tiempo casi de re-
accionar.
Una vez pasé la barrera hematoencefálica su-
pe perfectamente mi cometido. Fui hasta el
área del pensamiento y por unos segundos
tomé control de la mente de Jorge. Me acer-
qué a Tina, medio tambaleándome al prin-
cipio, luego con paso seguro. La tomé en-
tre mis brazos. La besé. Le dije que era
la mujer de mi vida. Ella nos miró un po-
co espantada al principio, pero luego de-
cidió que ya llevaba demasiados años
pensándose demasiado las cosas. Por
una vez improvisó y decidió ser feliz.
Segundos antes de ser metabolizado
pienso: “Ya he hecho el bien. ¿Qué me
deparará el
karma
?”
P
de Rebotica
LIEGOS
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