E
stoy deprimido. Bueno va, no quiero ser optimista
en épocas como ésta, que además estamos en crisis: es-
toy muy deprimido. ¿Por qué?, os preguntaréis mis que-
ridos lectores. Supongo que en una vida pasada fui una
mala persona. Hice un montón de marranadas a gente.
Debía de ser señor feudal, o aún peor: pirata. Sí, en otra
vida fui pirata, uno de esos que va por ahí saqueando
barcos, tomando a mujeres contra su voluntad y des-
truyendo puertos a diestro y siniestro. Si me imagino
así, tan valiente y luchador, se me pasa un poco la de-
presión. Me gusta. Fui tan temido y cometí tantas mal-
dades que después de pasar a mejor vida y luego reen-
carnarme en cucaracha, rata y puercoespín, aún no he
saldado mis deudas con el
karma
y ahora me ha toca-
do lo peor de lo peor: ser supositorio. No os riáis no,
no es de risa, mejor que lloréis que aún no lo habéis
oído todo.
Nacido en el lote P250-HN97, con exactamente 2g
de peso, rodeado de mis hermanos gemelos de gliceri-
na, no recuerdo nada de mi infancia hasta el momento
en que llegué a la farmacia, que sería mi hogar hasta
casi mi fecha de caducidad. Las primeras palabras las
escuché en boca del farmacéutico titular a sus trabaja-
doras: “A vender estos supositorios, que acabo de com-
prar un lote grande”. Nos pusieron en un lugar prefe-
rente de la farmacia, a la vista de todos, pero nadie nos
quería. Creo que notaban que éramos un cero a la iz-
quierda y no nos compraban. Con el tiempo quedamos
relegados a estar detrás de los chupetes, con suficiente
visibilidad para observar el día a día, y al mismo tiem-
po pasar silenciosamente desapercibidos.
Para que entendáis la magnitud de la tragedia
que me ha tocado vivir, tengo que daros
un poco de
background
,
una técnica
que ahora está muy de moda. Y es
que dentro del mundo del medica-
mento, al que pertenezco, existen
cuatro clases sociales. Primero, y
situados arriba de todo de la pirá-
mide de poder, encontramos los
medicamentos de última generación
a los que pertenecen inyectables, cáp-
sulas recubiertas o implantes intraoculares. No
se mezclan con nadie, siempre dentro de sus cajas de
diseño, son carísimos y usados solo en enfermedades
impronunciables. Todos ellos unos pijos con los que me
niego a hablar. Luego tenemos inhaladores,
comprimidos, cápsulas, suspensio-
nes y soluciones de toda la vida. Pa-
recen campechanos pero no me fío
de ellos ni un pelo, nunca se
sabe si te van a dar por la
espalda. Lo mismo con los terceros, cremas y linimen-
tos, a éstos no se acerca nadie, que huelen. Finalmen-
te, por debajo de todos, estamos los olvidados suposi-
torios, sin ningún amigo que nos comprenda.
Aquí no se acaba el tema, que es más complicado
que aprenderse la ley del medicamento en ruso, ya que
durante los últimos años ha entrado un nuevo concep-
to que ha añadido otro nivel de complejidad: el gené-
rico. Por tanto, cada clase está dividida en dos: los que
son de marca (se creen muy superiores) y los que son
genéricos (una especie de quiero y no puedo). Os daré
un ejemplo ilustrativo: un comprimido recubierto de
marca siempre se sentirá superior a un comprimido re-
cubierto genérico, pero un comprimido recubierto ge-
nérico siempre tratará mal a un linimento aunque éste
sea de marca.
Además, estas diferencias los pacientes las notan,
seguro. Tantos años olvidado en una estantería de la
farmacia han hecho que vea muchas cosas. Los clien-
tes, en cuanto entran en una farmacia, si ven que les
toca un genérico se les saltan/agrandan los ojos y em-
piezan a tartamudear, no falla. Pero bueno, con la ex-
cusa de la crisis cuela todo menos nosotros los suposi-
torios, claro, ¡con lo baratos que somos!
Como veo que estáis siguiendo bien la explicación,
añadiré un nivel de complejidad dentro de mi clase so-
cial. Entre los supositorios también existe otra diferen-
cia social. Está relacionada con el tipo de fármaco que
tenemos incorporado. No es lo mismo ser un suposito-
rio de oxicodona (ser opioide te sube el caché) como
ser un supositorio de paracetamol (un analgésico de pa-
cotilla) o ser como yo: un simple supositorio de
glicerina que además es genérico. En
resumen: un perdedor, el eslabón
más bajo de la cadena medicinal.
El día a día en la farmacia
era de lo más rutinario. Normal-
mente había dos farmacéuticas
por la mañana y dos por la tarde,
el jefe solamente aparecía algunas
tardes a mantener el orden. Está-
bamos hartos de que las cajas de
inyectables se rieran de nos-
otros cada vez que les
recortaban el código
de barras y las envol-
vían en suave papel
de seda
p a r a
i r a
c ump l i r
su cometi-
do. No po-
día soportar
P
de Rebotica
LIEGOS
5
El supositorio valiente
Nerea Blanqué Catalina
Detalles del proceso de
morfocapsulización. Por Ricardo
Vicente Hernández