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libros
Instantes de la luz
Enrique Barrero Rodríguez
Ateneo Jovellanos de Gijón Oviedo 2011.- 45 páginas E
l arquetipo de la luz otorga unidad a este libro y su diversidad está pre-sente en todos sus poemas, también en cada uno de sus títulos. La luz que no puede verse pero que hace que veamos los objetos, la luz sepultada que alumbra una cueva, la que ilumina con su fuego los arcángeles de una vidriera, la que va desde el mar hasta los bos-ques y la que se hace sugerente en las ciudades u otras veces agresiva hasta obligar al viajero a cerrar las persianas. La poderosa imagen de la luz, en de-finitiva, como algo decisivamente interior que el po-eta se apresura a descifrar.
Alcanza la voz un acento de dolor social y de denun-cia en el poema Huérfanos de la luz , un contrapunto acertado en el tono del libro. Se escribe para advertir de los caminos personales equivocados que generan daño en la sociedad, pero incluso se formula para ellos una esperanza redentora de la opresión. En seguida la obra de este humanista vuelve a las aguas tranquilas de los muelles, a las calles sorprendidas por el raro asedio de la nieve en el sur y a los ojos revestidos de sueño que aprendieron a mirar confiados.
Tienen sabor las palabras en la belleza de unos ver-sos. Barrero nos dice que su oficio es perseguir en-tre la niebla la luz que ellas guardan y yo añado que él sabe atender a la incandescencia que nace dentro. Esas palabras de su oficio las escribe sobre los res-tos de un paraíso, sobre los posos de la infancia, con unas manos que pugnan por regresar al origen. El po-eta confía en que esta luz que le despierta cada ama-necer y que le permite levantarse hacia el trabajo, sea reflejo de otra luz inagotable que dé sentido al hom-bre que somos.
Poesías dedicadas a la mujer española
Mariano de la Calle Aparicio
Edición del autor.- Madrid 2011. - 56 páginas R
amón Menéndez Pidal en-tendía la poesía popular co-mo aquella que permanece estable en el gusto de los lectores o de los oyentes a lo largo de las generaciones. Es una poesía de autor que no puede al-terarse lo más mínimo. Usaba esta acepción para distin-guirla de la poesía tradicional, aquella otra poesía de compositor anónimo y que el pueblo, al sentirla como propia, podía modificar. Las oscuras golondrinas de Becquer son un ejemplo de poesía popular y el roman-ce de Gerineldo con sus distintas versiones trasmitidas de generación en generación, un ejemplo de lo segundo.
Sin embargo, podemos calificar a este libro que ahora comentamos, como poesía popular en otro sentido más inmediato: el de aquella poesía surgida del pueblo. Ma-riano de la Calle la escribió en distintas circunstancias, sin otra pretensión que la de componer textos agrada-bles para otorgar un homenaje merecido a la feminidad según su propia experiencia. Aquí están el amor filial, el amor conyugal y el amor paternal esclarecidos para leerlos en voz alta o en el susurro con el que se comen-tan los sentidos interiores.
Por lo demás resulta grato encontrarse con la autentici-dad sin contaminaciones y con alusiones a voces anti-guas, precisamente populares, como las rogativas pi-diendo lluvia, que eran tan frecuentes a comienzos del siglo pasado en las tierras de campos españolas. El men-saje del poeta es que el amor no tiene edad pero además se destaca que la canción y la poesía otorgan siempre algún componente balsámico para hacer frente a las he-ridas de la vida.
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