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de Rebotica de Rebotica
LIEGOS LIEGOS 35
RELATOS Javier Arnaiz E
ra un reino pequeño, demasiado pequeño para pagar un ejército y ni siquiera merecía la pena sustentar un gobierno. Solo un rey, un solo hombre gobernaba los escasos habitantes dedicados todos al cultivo de la flor de hojagra. El rey compraba toda la producción y después, dentro de los muros de palacio extraía de las plantas un elixir de propiedades curativas tan poderosas que el simple mantenimiento de su secreto permitía al pequeño reino vivir libre de penurias y amenazas porque ninguno de los poderosos reino circundantes quería arriesgar su acceso a tan mágico producto. Solo el rey conocía el proceso de transformación y la tradición imponía que tal conocimiento fuera transmitido a su hijo uno solo, el rey no debía tener más de un hijo para, de ese modo, nunca romper el equilibrio logrado. Pero la fortuna, siempre caprichosa, quiso que en aquella ocasión el rey fuera el feliz padre de un parto doble. Al principio algunos consejeros sugirieron la posibilidad de sacrificar a uno de los recién nacidos, pero las lágrimas de la reina impulsaron a todos a buscar una solución diferente. Concluyeron en criar y educar a ambos en idénticas condiciones. Después, llegados a la pubertad, se dividirían las tareas principescas. Uno se ocuparía de asistir a eventos y fiestas, su existencia se centraría en el lujo y el boato necesarios para cubrir las apariencias de palacio. El otro se dedicaría a viajar y negociar el precio del elixir, su vida se centraría en el esfuerzo y el trabajo.
Más adelante, cuando llegaran a la juventud madura el rey decidiría cual de los dos sería mejor portador del secreto de la extracción y, por lo tanto, digno guardián del bienestar de aquel pueblo.
Como en todos los grupos gobernados con un fuerte liderazgo así se decidió y así se hizo. El tiempo pasó y el rey, cansado por su edad, llamó a sus hijos para decidir quien debería sucederle. El viejo rey se sentía abrumado por la necesidad de decidir, de ahí que agradeciera que los
acontecimientos siguieran el curso que siguieron.
El hijo viajero se presentó ante su padre y dijo: “Aquí estoy a tu disposición, a la de nuestro pueblo. Mi vida ha estado llena de esfuerzos y penurias. He conocido la sed, el hambre, el frío y la fatiga y puedo garantizarte que ningún dolor evitará que cumpla con mi deber y que serviré a nuestro pueblo ya sea como rey o como súbdito”.
El príncipe residente en palacio se hizo esperar, entró en la sala del trono bostezando y con el andar del desaire y la apatía. Se presentó ante el trono e hizo una reverencia agitando un largo pañuelo casi de un modo burlesco, después dijo: “Aquí estoy, majestad, me inclino ante el rey pero reprocho a mi padre una existencia desgraciada: todos nuestros vecinos tienen mejores palacios que yo, mis cuadras están llenas de
percherones, las mujeres de la corte son feas hasta el horror. Vivo sumido en el más absoluto aburrimiento, lleno de angustia, apenas duermo pensando en nuestro pobre pueblo. Pero, en fin, dispuesto estoy al sacrificio de cargar sobre mis espaldas el peso de la corona. Al fin y al cabo no me cabe otra solución cuando miro al patán de mi hermano”. La decisión se tomó sola. En las siguientes décadas el pequeño país prosperó sin invadir a sus vecinos, únicamente se abrieron embajadas en tierras extranjeras para dar mejor y más rápido servicio a sus aliados.■
Era un reino pequeño
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