Page 5 - Pliegos_107

This is a SEO version of Pliegos_107. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »

A

lgunos maledicentes postulan que nadie en su sano juicio puede fumar Gitanes ; que lo eligen, en su mayoría, trastornados mentales sin diagnóstico y tipos que presentan delirios de artistas. Zayed no estaba loco y de artista sólo tenía la puntería. Se ganaba la vida como francotirador. A tanto por muerto.

En su rincón de la casucha sintió un escalofrío bajo la manta cuando el canto de un gallo anunció la cercanía del alba. Llevaba allí diez días, acampado en el aduar en que pernoctaban las tropas leales al coronel; de noche casi no podía descansar, sometido a una especie de ingrata duermevela por culpa del repique de timbal de los nocturnos disparos de mortero. Calculó la hora, se había acostumbrado a inaugurar la jornada con el reloj infalible de aquel quiquiriquí quebrado que le sacaba

definitivamente del sueño. Para entonces, algunos soldados iban y venían entre un trajín de aceros engrasados, paños, munición y correajes. En el dintel de la puerta asomó la cabeza un cabo que les urgió a darse prisa.

Zayed era casi siempre el último en despertar. Después de lavarse repasó sus armas, dispuestas sobre una manta junto al catre; al contrario que la mayoría, antes de irse a dormir acostumbraba a limpiarlas minuciosamente y dejarlas a punto.

Hacía tiempo que para esa tarea, como para disparar, usaba gafas. A cada nueva contienda le dolían más los riñones por la mañana, los pies le escocían por las noches y el hombro soportaba peor el impacto del retroceso del fusil. Cabeceó resignado. Se estaba haciendo viejo. Al menos para una vida a saltos de país en país y de guerra en guerra. Sin decir una palabra recogió su plato de alubias, encendió el primer Gitanes y se sentó en el suelo a desayunar, cerca de la radio. La indiferencia con que Zayed escuchaba las noticias se transformó en viva atención cuando el locutor de la cadena oficial anunció el parte de bajas de

ambos bandos. Aguzó el oído con la cuchara detenida ante la boca. Le vino sin querer una sonrisa amarga que hizo sobresalir el mapa de arrugas de un rostro marchito por miles de horas al sol del desierto, encajado entre su larga melena rala y una barba entrecana y rural.

Minutos después empuñó el fusil telescópico, un Dragunov SVD semiautomático, se calzó la gumía en el cinto y se dispuso a abandonar el refugio envuelto en su chilaba parda junto con unos cuantos camaradas somnolientos. Apenas unos gruñidos para desearse buena suerte. Salieron hacia la noche, muy fría y todavía negra.

Mientras se encaramaba a la trasera del jeep, Zayed recordó con inquietud que la tarde anterior había perdido casi toda la paga semanal en una timba funesta de póker. Necesitaba urgentemente hacer caja. Por el camino sacó del paquete plegado otro cigarrillo que se fumó en silencio a largas bocanadas, absorto y serio, con el

todoterreno machacándole la espalda al rebotar en los baches. Notaba en las sienes y los párpados el cansancio acumulado y la falta de sueño. En un momento dado extrajo del bolsillo una foto que iluminó con la tímida lumbre del cigarrillo. Una granja de dos plantas cercana al pico Shir Kuh, en los montes Rud, terreno fértil salpicado de plátanos y moreras.

Tal y como marchan las cosas, en pocas semanas a casa. —se dijo. Y añadió resolutivo—: Y a la próxima que vaya otro. Se acabó.

Llegaron aún a media luz a las inmediaciones de Bengasi, cerca de Garyounis, línea de vanguardia del ejército de un pintoresco coronel acorralado. Todo parecía tranquilo. Vieron

P

de Rebotica de Rebotica

LIEGOS LIEGOS 5

Bengasi

mayo de 2011

Rafael Borrás

Page 5 - Pliegos_107

This is a SEO version of Pliegos_107. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »