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Farmacéuticos 56 Farmacéuticos 57 FARMACIA CON ARTE LA ROCA DE LAS GAVIOTAS La silueta del ancestral templo se iba desdibujando a medida que la bruma creada por el calor lo tornaba movedizo. Como un espejismo en el desierto. Un milagro de supervivencia a través de los siglos. Una maravilla donde la memoria se hace a la vez piedra y cicatriz de un esplendoroso pasado. El corazón de Sicilia late con fuerza desde tiempos inmemoriales; su geografía, orografía y posición estratégica la hizo ser la isla, de las que pueblan el Mare Nostrum, más deseada. Solo hay que sumergirse en el mágico horizonte del Valle de los Templos, en Agrigento, para aseverar este hecho. Allí la Historia, remota y orgullosa, se muestra en toda su magnificencia: mármoles, frisos y columnas traspasan los tiempos mostrando su “grandeur”. Vestigios de una época que a ojos de hoy se mece entre la realidad y el mito. La llamada Magna Grecia ocupaba los territorios del sur de la península itálica y Sicilia. En Crotona en la costa de Calabria, Pitágoras fundó la Escuela Pitagórica, movimiento filosófico-religioso que amaba las matemáticas, sobre todas las cosas; descubrieron los números irracionales y su signo secreto era el pentagrama al que llamaban “salud”. Actualmente, al teorema de Pitágoras también se le relaciona con la salud a través de las curvas ROC. (Característica Operativa del Receptor). Estas curvas fueron adoptadas por los epidemiólogos en la década de 1980 para ayudarlos a decidir cuándo un paciente se ha recuperado de una enfermedad. Lo complicado era elegir el punto concreto de la curva y según un estudio conjunto de la Universidad de Warwick y de Cambridge, la solución venía de la mano de una adecuada utilización del famoso teorema. Platón, que pasó largas temporadas en la Magna Grecia, también bebió de las fuentes pitagóricas, según dejó escrito su discípulo Aristóteles. La gaviota veía lejos y volaba alto buscando un lugar donde detenerse. A vuelo de pájaro, Sicilia es una gran isla de forma triangular que flota sobre el Mediterráneo; fue fenicia, griega, romana, bizantina, normanda y aragonesa, y allá, “donde todo cambió para seguir igual”, al final se hizo italiana. Aquel día, perdido en el tiempo, la gaviota tras volar y volar divisó un lugar lleno de congéneres reunidos sobre una magnífica roca. Dobló sus alas y planeando lentamente se posó sobre ella. Acababa de aterrizar en Ortigia, sede original de la ciudad de Siracusa, ínsula conocida desde la antigüedad entre otros sobrenombres como la “Roca de las gaviotas”. Aquí nació alrededor del año 287 a.C. el inventor, ingeniero, físico y matemático Arquímedes. A él le debemos inventos como el célebre tornillo que lleva su nombre y que aún se sigue usando para bombardear líquidos y sólidos semifluidos; fabricó máquinas de guerra y de asedio para la defensa de la ciudad y cuenta la leyenda que consiguió quemar las naves enemigas mediante un juego de espejos. A él se le atribuye la célebre frase “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, con relación a su obra sobre la ley de la palanca. Entre sus trabajos, el más famoso es el relativo a los cuerpos flotantes, el conocido como principio de Arquímedes: “todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso de fluido desalojado” !Eureka!: exclamó el genio cuando lo descubrió. Es el grito más famoso de la ciencia, que celebra el descubrimiento de algo buscado con gran ahínco. Aunque Arquímedes murió en el año 212 a.C. durante la segunda guerra púnica, su obra se mantiene viva en el tiempo, especialmente desde que se descubrió el conocido como Palimpsesto de Arquímedes, un manuscrito que conservaba siete tratados escritos anteriormente pero borrados durante la Edad Media para aprovechar el pergamino, práctica habitual de la época. Afortunadamente se han podido recuperar gracias a los rayos X, la luz infrarroja y la ultravioleta. En la mecánica de fluidos se utiliza el Número de Arquímedes (Ar) para relacionar las fuerzas gravitacionales con las fuerzas viscosas y se llama así por la investigación que hizo el físico de Siracusa respecto al movimiento de los fluidos en función de sus diferencias de densidad. Los fluidos pueden ser gaseosos o líquidos. Los fluidos biológicos: sangre, orina, saliva, lágrimas, semen, bilis, líquido cefalorraquídeo, líquido amniótico etc., se rigen por las leyes de la hidrodinámica, rama de la hidráulica que estudia Por María del Mar Sánchez Cobos Farmacéutica el movimiento de los mismos. Conocer su comportamiento desde el punto de vista fisicoquímico es primordial a la hora de aplicarlo al desarrollo de las técnicas farmacéuticas. De ahí la importancia del estudio de los principios de la farmacocinética y la farmacodinámica. Recordemos que la velocidad de acceso de un fármaco a un tejido depende de la velocidad del flujo sanguíneo hacia dicho tejido, de la masa tisular, y de los coeficientes de partición entre la sangre y el tejido. Una vez más nos damos cuenta de como las leyes de la naturaleza influyen en todos y cada uno de los procesos biológicos de los seres vivos, que a su vez dependen de innumerables factores, tales como el ecosistema. El fluido más ansiado por los humanos siempre ha sido el agua. Curiosamente las primeras civilizaciones se asentaron sobre fallas tectónicas y esto se debe a que en los límites de las placas que constituyen la corteza terrestre se fueron creando manantiales de agua. Por el contrario, los fluidos más temidos son, indudablemente, la lava y el flujo piro-plástico (mezcla de gas volcánico, material sólido caliente y aire atrapado). Entonces, se preguntarán ustedes, el porqué de las colonizaciones humanas en territorios volcánicos. Sencillamente porque la tierra volcánica es una fuente de riqueza biológica, donde se cultivan especies como el café, plátanos o las viñas de malvasía. La gaviota sintió un temblor y levantó el vuelo. Ella sabía que el dios Vulcano que moraba un poco más al norte, se había despertado. El Etna se había enfadado y a lo lejos mostraba su penacho de humo recordando a sus súbditos quién manda en estos lares. A sus pies, bellísimas localidades se asoman a un mar azul turquesa. El ave aminoró su velocidad y se lanzó en busca de algún que otro pez. El litoral era muy escarpado, pues cuenta la leyenda que aquí el Cíclope Polifemo tras haber sido cegado por Ulises, se enfureció de tal forma que lanzó enormes piedras sobre el héroe que huía por el mar. Esta costa es conocida como la Ribera de los Cíclopes y va desde Catania a Taormina. En Taormina, nuestra gaviota se mostró celosa, pues descubrió el canto alegre de un ruiseñor que brotaba de este “paraíso en la Tierra”, como la definió Goethe cuando la visitó durante su famoso “Viaje a Italia”. Escritores, dramaturgos y poetas buscaron aquí la inspiración entre buganvillas y palmeras: Somerset Maugham, Tennessee Williams, D.H. Lawrence, Durrell. Artistas como Klimt o Paul Klee la pintaron subyugados por la belleza espectacular del teatro grecorromano que parece dormir acunado por el Etna. A veces, muy de mañana entre sus piedras se oye el pasado; leyendas clásicas, tan sugestivas que han llegado a nuestros días e incluso forman parte de la tradición cultural de Occidente: Prometeo, Hércules, Pandora, Perseo, Jasón… y por supuesto el mito de Odiseo, tan íntimamente relacionado con esta gran isla. En el relato homérico, los diez años que Ulises pasa viajando por el Mediterráneo en su regreso a Ítaca, llenos de aventuras y desventuras, es considerado como la búsqueda de una patria espiritual siendo un incesante referente literario. El ejemplo más patente es indudablemente el Ulises de James Joyce del que ahora se cumplen 100 años. Nuestra gaviota sintió la llamada de su bandada. Antes de regresar a su roca no pudo resistir la tentación de abrir sus alas, poner rumbo al norte y sobrevolar con nostalgia, los teatros, las iglesias y los palacios barrocos de Palermo donde aún se pueden sentir retazos de la época que describió Giuseppe di Lampedusa en su novela El Gatopardo. Bajo un manto de estrellas, un poco antes de la hora en que la niebla y el mar se encuentran, las sirenas de Ulises entonaron su mágico canto, volviendo a hechizar la tierra donde el genio de Siracusa acuñó el grito más famoso de la ciencia: ¡Eureka!

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