Farmacéuticos 54 Farmacéuticos 55 FARMACIA CON ARTE LA CONDESA DE CHINCHÓN Apesar del caluroso día, sentía escalofríos. La cabeza le dolía solo un poquito, pero no se lo dijo a nadie. Al llegar a casa, su madre nada más verlo exclamó: ¡Este niño está hirviendo! ¡Este niño tiene fiebre! Cuantas veces habremos dicho y oído estas cuatro palabras. Especialmente durante la infancia. Aquello significaba una alegría soterrada para el niño, pues una vez pasado el primer malestar, se iba a quedar unos días sin volver al colegio. Para sus padres, una preocupación: ¿cuál sería ahora la enfermedad? ¿Una gripe? ¿Amigdalitis? ¿Otitis? ¿Una infección vírica? ¿Bacteriana?... La fiebre es un mecanismo de defensa que posee el organismo. Se presenta como un aumento temporal de la temperatura corporal ante una enfermedad. El centro de control se encuentra en el hipotálamo y suele estar relacionada con la estimulación del sistema inmunitario del organismo. Hay que distinguir entre febrícula (hasta 37,5), fiebre (a partir de 38) y fiebre de urgencia o hiperpirexia (a partir de 40). La humanidad, desde el principio de los tiempos, ha padecido distintas enfermedades que han cursado con fiebres. Una de la más devastadora es la fiebre tifoidea. Frecuente en los países subdesarrollados, la OMS estima su incidencia de 11 a 20 millones cada año en el mundo. En la antigüedad parece ser que ocasionó una pandemia que acabó con un tercio de la población ateniense incluido Pericles. Asimismo se piensa que fue la que causó la epidemia que devastó gran parte de la población indígena de México en 1576. El agente infeccioso es el Bacilo de Eberth o Salmonella entérica. Letales fueron también las epidemias de fiebre amarilla que se trasmite al humano por la picadura del mosquito Aedes aegypti, portador igualmente del virus del dengue, capaz de producir la enfermedad del mismo nombre, que en sus casos más graves puede originar cuadros hemorrágicos. El mosquito más conocido por la población en general es el Anopheles cuyas hembras transmiten el parásito del género Plasmodium, causante de la malaria o paludismo. Este se multiplica en el torrente sanguíneo causando escalofríos, anemia y fuertes fiebres. Considerada una de las enfermedades más antiguas conocidas, ya se describía en los papiros egipcios y al parecer la padeció Tutankamón. El tratamiento de la malaria está históricamente relacionado con España y los jesuitas. Al parecer, en Lima, en el siglo XVII ellos eran los encargados de curar a los pacientes de las entonces llamadas fiebres tercianas o cuartanas. Agostino Salumbrino, jesuita y boticario, supo de la existencia de una bebida indígena hecha a base de agua y la corteza de un árbol, el árbol de la quina, capaz de curar dicho padecimiento. Por entonces era virrey del Perú, Luis Jerónimo Fernando de Cabrera y Bobadilla y estaba casado con Francisca Henríquez de Rivera, IV condesa de Chinchón. El pintoresco pueblo de Chinchón con su original Plaza Mayor es uno de los más bonitos de España. Es muy conocido por su famoso anís producido con semillas de anís verde (Pimpinella anisum), planta herbácea de uso medicinal y gastronómico, que se cultivaba por esos lares desde los siglos IX y XII. La Historia fluye por sus callejuelas donde sus casas blasonadas, conventos e iglesias nos hablan de su señorío. En 1520 pasó a ser un condado. La casa de la Cadena posee un bello patio adintelado con columnas toscanas y en ella pernoctó Felipe V durante la Guerra de Sucesión en 1706. Largas temporadas pasaron aquí Lope de Vega, que se alojó en el Palacio de los Condes de Chinchón, y Goya, quien retrató a la XV condesa de Chinchón, María Teresa de Borbón, esposa de Godoy. Maravilloso cuadro donde una joven Teresa, posiblemente embarazada, viste a la moda del momento con mantilla blanca, capota de encaje y basquiña de seda negra. Luce el pelo rizado, y bajo la cofia un adorno de espigas, símbolo bucólico de fecundidad. Si María Teresa quedó inmortalizada por los pinceles de Goya, su antecesora Francisca Henríquez de Rivera, IV condesa de Chinchón, ha pasado a la historia gracias a su papel en la difusión de la corteza de la quina o cascarilla. Por Por María del Mar Sánchez Cobos. Farmacéutica Francisca, condesa de Chinchón y virreina del Perú deliraba presa del episodio febril que estaba padeciendo tras regresar de un viaje por los valles de la costa del país. Su médico, el doctor Juan de la Vega, decidió administrarle el remedio que ancestralmente usaban los indígenas, que no era otro que polvos de la corteza del quino. En su honor, Linneo bautizó dicha planta como Chinchona Officinalis. El nuevo preparado se difundió rápidamente por Europa, y se dice que curó a Carlos II y al rey francés Luis XIV. En 1669, Gaspar Caldera Heredia, insigne médico y galenista sevillano, dedica los dos últimos capítulos de su libro De pulvere febrífugo Occidentalis Indiae al estudio farmacológico de la quina. El descubrimiento de las propiedades curativas del llamado “árbol de la fiebre” trajo consigo la organización de muchas expediciones financiadas por la Corona española a las tierras americanas con objeto de encontrar especies medicinales. Una de las primeras tuvo lugar en 1777 hacia el “Reino de Perú”, en la que participaron el botánico y farmacéutico burgalés, Hipólito Ruiz y el también botánico, José Pavón, junto a los dibujantes Brunete e Isidro Gálvez. Fruto de esta expedición se publicaron grandes trabajos sobre la Flora de Chile y Perú. Especialmente interesante es el tratado de Quinología, escrito por H. Ruiz en el cual se describen con detalles las propiedades y virtudes del árbol de la quina. El gran Celestino Mutis investigó en profundidad distintas quinas, trabajo que con el nombre de El arcano de la quina se publicó póstumamente gracias al Boticario de la Corte, Manuel Hernández de Gregorio. En 1820 los farmacéuticos y químicos franceses, Pierre Pelletier y Joseph Caventou, consiguieron aislar el principio activo de la cinchona, el alcaloide natural, blanco y cristalino al que llamaron quinina, que es como ya sabemos: antipirética, analgésica y antipalúdica. Su sabor amargo hizo que los ingleses destinados en la India disolvieran las pastillas de quinina en agua a la que añadieron zumo de lima, azúcar y ginebra. Todo un precursor del gin tonic, tan en boga hoy día. La quinina también se usó como estimulante del apetito en forma de vinos quinados muy populares a mediados del siglo pasado. El extracto de quinina junto a la vitamina B se está utilizando para fortalecer el cabello. Actualmente existen varios tratamientos contra la malaria como el fosfato de cloroquina o terapias combinadas con artesimina, así como estudios prometedores en la fabricación de vacunas efectivas contra la misma. Como regla general, la mayoría de los procesos febriles que padecemos provienen de enfermedades leves que remiten con el uso de fármacos antipiréticos, tales como el ácido acetilsalicílico, metamizol, ibuprofeno o paracetamol. !Ay la fiebre! Siempre presente en la literatura, a Don Quijote se “le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama”. En sentido figurado se la relaciona con la pasión – el amor es como la fiebre: nace y se extingue sin que la voluntad tome en ello la menor parte. (Stendhal)– !”Y esta maldita fiebre que todo me lo enreda” recita Machado en su duermevela! En las novelas de Galdós abundan los episodios febriles de sus personajes que van desde las fiebres altas, calenturas, tercianas o cuartanas o intermitentes. Y en la pintura aparece desdibujando los rostros como el Autorretrato después de la gripe española donde se ve claramente a un Edvard Munch enfermizo y débil tras pasar la enfermedad. Aunque quizás el más famoso cuadro sobre la fiebre es el firmado por el pintor uruguayo Juan Manuel Blanes, titulado Un episodio de fiebre amarilla en Buenos Aires, que cuenta una historia trágica de muerte y devastación. Llovía suavemente sobre la Amazonía peruana. La neblina cubría los maravillosos árboles de copa alargada, poco frondosa, que tienen por corteza un tesoro. Cada día hay menos bosques de neblina en los que viven los quinos y que ayudan a mantener la diversidad biológica, a la par que reducen el anhídrido carbónico de la atmósfera. ¡Es una verdadera lástima que tan bello ejemplar, árbol emblemático usado como remedio para paliar las fiebres producidas por el paludismo hasta 1934, cuando surgió la cloroquina, y que tanto bien ha hecho a la humanidad, esté a punto de desaparecer!
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