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Farmacéuticos 56 Farmacéuticos 57 FARMACIA CON ARTE UN TÉ EN EL RITZ L a casa era de madera oscura. El tejado a dos aguas; a través de la ventana de una de las estancias su- periores, un muchacho observaba el paisaje blan- co y verde que se extendía ante sus ojos. Escon- dido en un rincón de los Alpes Suizos, su pueblo era muy pequeño; sus anhelos muy grandes. El joven César nunca pudo imaginar que desde ese pintoresco enclave iba a conquistar el mundo ¿O sí? Nacido en 1850 en el seno de una numerosa familia que se dedicaba a la ganadería, él era el decimotercer hijo. Pronto salió de Niederwald (Suiza) para trabajar como ca- marero en un hotel de Brig, localidad cercana a su pueblo. A los 17 años se trasladó a Paris donde empezó a relacio- narse con los ricos y famosos de su época. Su trayectoria profesional lo había llevado a Niza, Lucerna y Montecarlo. Posteriormente conoció al legendario cocinero Auguste Escoffier. Juntos revolucionaron el sistema de la hoste- lería al unificar el servicio de alojamiento y de restau- ración. César Ritz fue clave a la hora de organizar toda una escenografía nunca vista hasta entonces, donde la lencería, cristalería, vajillas, sumilleres, camareros y jefes de comedor actuaban en perfecta sintonía para agradar a los clientes: representantes de las altas finanzas, testas coronadas y todo aquel que era alguien en la sociedad de su tiempo. Asimismo modernizó el concepto de hotel ampliando las habitaciones e introduciendo los cuartos de baño en cada una de ellas; las decoró con refinamien- to y confort, cuidando todos y cada uno de los detalles. En 1889 transformó el Savoy de Londres, y a partir de ahí desarrolló una carrera meteórica que lo llevó a lo más alto en el mundo de la hostelería. Considerado el “rey de los hoteleros”, su filosofía sigue imperando hoy día. Se puede considerar que fue el gran “ influencer ” de su época. En 1898 abrió sus puertas el primer hotel verdaderamente lujoso del mundo: el Hotel Ritz de Paris. Bulliciosas sonaban las calles parisinas a pesar de la nieve que se iba posando suavemente sobre tejados y aceras. Al caer la tarde, las piedras de la elegante plaza Vendôme refulgían de una forma especial, volviéndose doradas. En una esquina, tras unos arcos entoldados, se esconde una alhaja propia del glamour de la Ciudad de la luz. Traspa- sarlos y dar unos pasos sobre mullidas alfombras, con- templando elegantes cortinajes y hacer un recorrido bajo arañas de cristal veneciano o de bohemia, permite sentir la íntima felicidad que da la belleza. César Ritz consiguió atraer al mítico hotel a las estrellas y potentados del mundo entero. Muchos de ellos pasaban largas temporadas en él, otros vivían allí. Tal fue el caso de Coco Chanel que tenía su atelier en la Rue Cambón, justo en la parte posterior del establecimiento. Escritores, actores, cantantes, políticos y aristócratas han desfilado por sus lujosas suites y estancias: Marcel Proust recupe- raba el tiempo perdido, degustando una noche sÍ y otra no las deliciosas viandas servidas en el restaurante. Aún se recuerda a la distinguida pareja formada por el Du- que de Windsor y su enigmática esposa Wallis Simpson, atravesando el llamado “pasillo de los sueños” que une los dos edificios que conforman el hotel, lleno de pequeños y lujosos escaparates. Difícil de olvidar la salida de Diana de Gales y Dodi Al-Fayed por la puerta giratoria del emble- mático hotel, la trágica noche de su accidente mortal. Cuando “Paris era una fiesta” y eran “Sua- ves las noches”, los escritores americanos de la llamada “generación perdida”, entre los cuales estaban Zelda y Scott Fitzgerald y Hemingway, Por María del Mar Sánchez Cobos . Farmacéutica solían disfrutar sus noches de vino y rosas en Le Petit-bar, acogedor rincón recubierto de madera, donde el Premio Nobel aún se sentiría en casa y que ahora lleva su nombre. Hemingway fue cliente asiduo durante 30 años, siendo este uno de los primeros lugares que visitó cuando entró en Paris con las tropas estadounidenses que liberaron la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial. Bloody Marys, Dry Martinis, Margaritas, Bees´Knees..., sonaba la coctelera sin parar cuando el barman era Frank Meier, y el Ritz era el centro de operaciones de la Luftwaffe. Durante este tiempo, Meier colaboró con la Resistencia Francesa y con la Inteligencia Británica. Se sabe que en menor o mayor grado gran parte del staff también estuvo comprometido con la causa. En el otoño de 1942, un músico francés de origen ruso llegó a Barcelona huyendo de los nazis. Bernard Hilda es recordado como el violinista espía del Ritz de Barcelona, cuyo director Ramón Tarragó, le ayudó contratándoles a él y a su orquesta en la famosa Parrilla del Ritz. Este era el lugar de moda de la ciudad durante la posguerra y entre notas de jazz, Hilda ayudó al espionaje aliado salvando miles de vidas de compatriotas judíos. La historia de este hotel camina unida a la de Barcelona. Fue inaugurado en 1919 y mantiene su elegancia y distinción tras su impre- sionante fachada con sello modernista. Entre sus refina- das paredes han ocurrido anécdotas memorables. Quizá la más extravagante fue aquella en la que Dalí ordenó subir a su habitación un caballo blanco disecado como regalo de aniversario para Gala. Lentamente iban cayendo las hojas de los árboles del cercano parque del Retiro. Madrid se había vestido de gala para dar la bienvenida al nuevo y lujoso hotel que ese día, 2 de octubre de 1910, abría sus puertas. El rey Alfonso XIII sonreía ufano porque había sido partícipe directo en tan singular empresa. El magnífico Ritz en Madrid ya era una realidad. De estilo Belle Époque, sus alfombras fueron diseñadas y tejidas en la Real Fábrica de Tapices, siendo la cubertería inglesa y las vajillas de Li- moges; lámpa- ras de cristal y bronce, porcelanas, cortinajes de seda, espejos en madera dorada... Un lugar donde brillar y soñar, donde celebrar bailes y banquetes inolvidables. Imposible resumir la cantidad de visitantes ilustres que pasaron por sus salones. Recordaremos a los científicos Madame Curie o Alexander Fleming. Este Ritz también tuvo sus tiempos sombríos: fue hospital de sangre durante la Guerra Civil, y en él murió el anarquista Durruti. Hoy 111 años después, este emblemático hotel ha empezado una nueva andadura de la mano de la Cadena Mandarín Oriental. Tras este lujoso, entretenido, histórico y azaroso viaje por los grandes hoteles soñados por César Ritz, es hora de hacer un descanso y disfrutar de una aromática taza de té. Ligado a la cultura asiática desde tiempo inmemorial, la infusión de té se usaba con fines medicinales. Bebida antioxidante por su alto contenido en flavonoides, baja en sodio y rica en potasio. Supuestamente activa la circula- ción y el metabolismo; estimulante por su contenido en cafeína y astringente por la teofilina. El té se obtiene de las variedades de un arbusto denominado Camellia sinen- sis . Verde, negro, rojo, azul, amarillo o blanco es el color que presentan sus hojas en función del método de conser- vación (oxidación, secado, fermentación) utilizado. El sa- bor y aroma aflora cuando se ponen en contacto las hojas secas con el agua caliente; por ello cada variedad necesita de una temperatura y un tiempo de infusión distinta. El más caro y sofisticado es el té Darjeeling (India), y el de moda el matcha (Japón). Cuentan que la primavera china huele a té donde sus verdes plantaciones nos evocan antiguas leyendas sobre tan deliciosa bebida, descubierta por el Emperador Shennong hace unos 5.000 años. Aun- que, claro, fueron los británicos quienes popularizaron el famoso “five o´clock tea”. La tarde era lluviosa. Presurosos los viandantes cami- naban cargados de bolsas y paquetes. Londres volvía a vestirse de Navidad. Bajo las arcadas de Piccadilly, el Ritz se yergue elegante y discreto; el imponente árbol brillaba en su majestuoso hall. Una coral navideña se dejaba oír con una cadencia nostálgica. Al entrar en el” Palm Court”, todo se tornaba cálido y luminoso ¡El té de las 5 se estaba sirviendo! Esta costumbre comenzó a mediados del siglo XIX. Ver- dadera fiesta social, especialmente en las clases altas que vestían de etiqueta para la ocasión. Los servicios de té, de la mejor porcelana. Rito que siempre debe comenzar con sándwiches: de pepinillos, queso, salmón o huevos; a continuación se sirven los scones (galletas), bollos y un gran surtido de tartas y dulces. Es un momento de relax y charla desenfadada que alegra la vida, especialmente si se es un potentado y puede tomarlo en cualquiera de los fantásticos Ritz que existen repartidos por el mundo. César Ritz afirmaba que nunca hay que decirle no a un cliente, aunque te pida la luna; quizás por eso Hemingway dijo en alguna ocasión: “cuando sueño con la vida después de la muerte, la acción siempre transcurre en el Ritz”.
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