Farmaceuticos467
FARMACIA CON ARTE EL BOSQUE DE LOS VIOLINES E l árbol, alto y elegante, me susurró al oído: qui- siera vivir para siempre convertido en el sonido del viento; traer el frío de las montañas para que se enrede entre mis hojas; recordar el fragor de las tormentas y el frescor de la lluvia sobre mi piel; que mi madera tenga alma y se transforme en música, para poder revivir las cuatro estaciones, una y otra vez. Cuentan que Vivaldi paseaba a través de un bosque especial buscando los mejores árboles, para la elaboración de sus instrumentos. Este bosque es conocido como el “Bosque de los violines” y se encuentra en el norte de Italia, en el Par- que Natural de Paneveggio. Está constituido principalmen- te por especies de Picea abies o excelsa, que sin ser abetos propiamente dichos, se conocen como abetos rojos por su característica madera rojiza. Resonante, densa y conducto- ra, esta madera ha sido durante siglos la más apreciada por los maestros violeros o luthieres. El más famoso construc- tor de instrumentos de cuerda de la historia es sin duda Antonio Stradivari. Su taller en Cremona, situado a unos 250 km del famoso bosque, realizó unos 1.100 instrumentos de los que se conservan 650. Sus violines Stradivarius son auténticas joyas. El maestro elegía con sumo cuidado el árbol a talar que rondaba entre los diez y treinta años, así como el momento: entre febrero y marzo, y bajo “men- guante de luna”. Posiblemente uno de los secretos de su elaboración fuera el barniz con el que cubría la madera, que influye en el temple del sonido. En los talleres de los luthieres, al igual que en las es- tanterías de los boticarios, había una gran colección de ta- rros que contenían las distintas resinas, goma laca, aceites, sales, tinturas, pigmentos, etc. Además del célebre Stradi- vari, han existido otros prestigiosos luthieres como Guar- neri, Amati o Stainer. Arquitectos de la música, los violeros o luthieres, además de violines, fabrican violas, violonche- los, cítaras, guitarras, arpas, mandolinas y todos aquellos instrumentos de cuerda incluidos los laúdes, de los que toman su nombre. Aparte de las maderas de las pináceas se utilizan las de arce, nogal, castaño, etc. En el pasado se rea- lizaron instrumentos que eran verdaderas obras de arte, en las que se combinaban maderas exóticas con nácar o mar- fil. La decoración se hacía con labores de marquetería que imitaban flores, animales, rosetas e incluso se dibujó un plano de Paris del siglo XV en una viola de gamba. La músi- ca y la pintura siempre han estado íntimamente unidas. En ambas artes, se habla de gradaciones, matices y colores. No hay más que asomarse a las pinacotecas más prestigiosas para encontrar numerosos lienzos que “suenan”. La mayoría reflejan ambientes íntimos y relajados, donde los músicos parecen disfrutar de la vida, como aquellos firmados por los pintores de los Países Bajos del siglo XVII, especialmen- te Johannes Vermeer o Hals. Aunque prácticamente todos los grandes maestros de la pintura, desde Caravaggio a Velázquez y Goya; de Tiziano a Rubens han tratado el tema: en la pintura galante; en el barroco; en el romanticismo; en el neoclasicismo; Por María del Mar Sánchez Cobos . Farmacéutica en el impresionismo. Incluso las vanguardias se dejaron seducir por el poder evocador de la música: el cubismo de Picasso y Braque está impregnado de guitarras que parecen tocar una “música improvisada”. Maderas que guardan sonidos; maderas que atesoran ico- nos; maderas policromadas, talladas, esculturas que hablan, como las que crearon los imagineros españoles Martínez Montañés, Juan de Mena o Salzillo. Arte que se pierde en el confín de los tiempos. La madera y el hombre han mantenido siempre una rela- ción esencial. Desde alimentar el fuego a la construcción de palafitos y puentes; ciudades, estructuras, suelos, naves, carruajes o papel. Es el material preferido para la elabo- ración de muebles. La historia del mueble va paralela a la historia del arte. Existen diseños maravillosos realizados por ebanistas especializados: escritorios, bargueños, arco- nes, secreteres, cómodas. Muebles con historia que bien pudieran albergar secretos inconfesables o mapas que es- conden tesoros. Las maderas nobles forran las paredes de casas, despachos y palacios, acomodando a los libros que encierran siglos del saber. Pero los tiempos y los materiales cambian en todos los ámbitos. En el farmacéutico también: aquellas estanterías y anaqueles de madera de las antiguas boticas, donde se posaban tarros, botes y albarelos, han ido desapareciendo. Los muebles antiguos de farmacia con puertas de cristal para enemas; pildoreros de madera y mármol; antiguas básculas o mostradores de madera de castaño o roble, son hoy día una excepción. La mayoría de ellos se encuentran en anticuarios o en museos. Una de las piezas más interesantes que poseían estas boticas es el famoso mueble conocido como el “ojo del boticario”. En él se guardaban las sustancias más valiosas y difíciles de con- seguir entre las que se podían encontrar especies exóticas o piedras preciosas: como zafiros, granates o esmeraldas. Se les conocía como “cordialeros”, siendo lugares seguros para custodiar medicamentos específicos y estupefacien- tes. Normalmente estaban en la rebotica, eran pequeños y siempre cerrados con llave. Sobre el dicho “como pedrada en ojo de boticario” existen varias interpretaciones, aunque la más comúnmente aceptada en España es que algo viene bien por ser oportuna o necesaria. Hasta el siglo XVIII era habitual el uso de cajas de madera de tilo para contener flores, raíces o semillas desecadas. Los muebles cajoneros solían tener escritos los nombres de las drogas que guardaban. Entre ellas, como no, las había de procedencia arbórea: cortezas medicinales como la quina, la canela o la maravillosa corte- za de sauce. Los objetos son guardianes de la memoria. Si estos son de madera, aún más. Sabido es que los árboles nos cuentan su vida a través del estudio de sus anillos de crecimiento. Esta ciencia se denomina Dendrocronología, que en la actualidad tiene muchísimas aplicaciones, tanto en el campo de la eco- logía, climatología o en procesos geomorfológicos. Para los arqueólogos es una herramienta fundamental que permite conocer cómo ha ido evolucionando la Historia a través de la utilización de la madera en las distintas épocas de la misma. Dicen que un maestro carpintero llamado Geppeto tomó sus herramientas y de un trozo de madera fabricó un muñeco al que llamó Pinocho: aventurero y gamberro y al que la nariz le va creciendo con cada mentira que cuenta, acaba convirtiéndose en un niño de carne y hueso. Es un cuento clásico, adaptado al cine en muchas ocasiones, que habla de la condición humana. Carlo Collodi, (Florencia, 1826-1890), su autor, nunca pudo disfrutar de la fama que su obra alcanzaría. Cada trozo de madera tiene dentro un corazón. Late el de la guitarra: amiga de la noche, compañera inseparable del cante; caprichosa y sensual que nos trae aromas de arra- yan y el sonido del agua en los estanques de los jardines de España. Jotero o flamenco se forja el espíritu al tañer las castañuelas de maderas de castaño o granadillo. Y en las noches de ronda suspiran las bandurrias, teñidas de nostalgias estudiantiles. Un violín suena sobre el tejado. Vuelan las notas hacia tierras lejanas. Atraviesan montañas y valles. Y al acercar- se a los bosques se detienen y gritan: “ahora soy música, soy madera, aunque añoro ese mundo verde, tan especial, que hace que todos los seres de la Tierra, puedan respirar”.
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