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Artículo CON FIRMA
E
res mi sol. Eres mi luz. La razón de mi existencia. La nuestra es una verdadera historia de amor. Porque cuan-do calienta el sol, aquí en la Tierra, comienzan los pro-digios. Nuestra estrella nació hace unos 5.000 millo-nes de años a partir del gas acumulado en una nebulosa y está compuesta principalmente de helio e hidrógeno. Pero no nació sola. El gas y el polvo sobrante se concentró forman-do un disco en torno a la estrella naciente. Y de ahí surgieron la Tierra y sus planetas vecinos, con sus lunas, asteroides y cometas. El origen de la vida en nuestro planeta probablemen-te no se conocerá nunca con certeza. Lo que sí parece claro es que nuestra subsistencia depende del astro rey. Las reacciones termonucleares internas que se producen en el mis-mo proporcionan el calor y la luz necesarios para la vida. ¡Y en un momen-to determinado comenza-ron las maravillas! Nació la naturaleza, con todo su esplendor, la vida animal y vegetal. Un código quí-mico-genético bellamen-te morando bajo el sol. Un sinfín de criaturas en conti-nua evolución hasta la apa-rición del Homo sapiens . El mismo que, en su afán de conocimiento, ha des-cubierto que su estrella se apagará, aunque afortuna-damente faltan unos 5.000 millones de años. El estu-dio del sol y el cosmos es
tan antiguo como el hombre. Muchas civilizaciones primitivas lo elevaron a un plano divino, y aparece su culto con mayor o menor ostentación en casi todos los pueblos. Desde las culturas megalíticas de Stonehenge hasta el Templo del Sol de Machu Picchu; las civilizaciones sumerias, caldeas, griegas, egipcias; Ra y Horus en Egipto; Helios y Faetón en Grecia. La mitología romana nos habla del Sol Invictus. El sanguinario Tonatiuh de los mexicas o la diosa solar sintoísta Amaterasu. La adoración al sol puede rastrearse a lo largo y ancho del planeta a través de la tradición oral, la arquitectura y el arte. Pueblos milena-rios que llevan la evolución escrita en la piel. La pigmentación de la piel, como sabemos hoy, es una adaptación a la exposi-ción solar. Ésta será más oscura a medida que nos acerquemos al ecuador y poseerá una mayor concentración de eumelanina. Este pigmento, el más abundante de las melaninas humanas, es responsable de proteger los excesos de radiación ultravioleta (UV). En las zonas comprendidas entre los trópicos y los cír-culos polares, al ser la radiación UV más baja, la población tie-ne, desde el punto de vista evolutivo, los cabellos, la piel y los ojos más claros. Si la exposición a los rayos es excesiva, pue-den aparecer lesiones y cánceres en la piel. El uso de protecto-res solares es absolutamente necesario. Afortunadamente exis-te un amplio arsenal de estos productos al alcance de todos en nuestras farmacias. No obstante, también conviene recordar los aspectos positivos de estos rayos. Los rayos UV de onda media (UVB) garantizan la producción de la vitamina D tanto en su forma D
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como D
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. Su deficiencia causa principalmen-
te raquitismo, osteoporosis y osteomalacia. La relación de la vitamina D con la longevidad se debe a que las personas con niveles elevados de la misma poseen los telómeros más largos. Algo que todo ser humano conoce inconscientemente desde tiempos remotos es la energía vivificadora del sol, que, ras-gando las nubes, es capaz de traspasar la epidermis y llegar a lo más profundo. Al alma. Y transformarse en energía creativa. La luz quedará atrapada en los lienzos y se hará misteriosa al visitar las atmósferas íntimas en los bodegones y cuadros cos-tumbristas. Brillará en paisajes y marinas jugando con las som-bras. El primer rayo del día inspirará a poetas y trovadores. El último, a músicos y soñadores. O viceversa. La energía del sol,
de ese sol que se mira en los mares, también es capaz de transformarse en una fuente de energía inacabable y lim-pia. Según Daniel Vocera, investigador del Massachu-setts Institute of Technolo-gy, en una hora llega sufi-ciente luz solar a la Tierra como para obtener la ener-gía necesaria para un año a nivel mundial. La era solar será un hecho. Nuestros científicos siguen estudian-do y observando nuestra estrella, desde los satéli-tes y especialmente en las bases situadas en el Círcu-lo Polar Ártico. Desde hace más de dos siglos los astró-nomos saben que cada once años la actividad solar, que es cíclica, alcanza su punto máximo. Es entonces cuando se producen las llamadas tormentas solares, producto de la lle-gada a la Tierra de densas nubes ardientes de materia solar. El ciclo actual es especialmente activo, y dichas tormentas ya se están notando. Gracias al campo magnético que genera la rota-ción de la Tierra se produce un escudo natural (magnetosfe-ra) que absorbe el impacto de las eyecciones y las desvía a los polos. Este fenómeno crea las espectaculares auroras boreales y australes. Pero estos ciclos solares no pasaron desapercibi-dos en la Antigüedad. Marcaban los ritmos de vida, las cose-chas y los rituales. Equinoccios y solsticios rigen nuestra vida imponiendo las estaciones. Según el calendario maya, el próxi-mo solsticio de invierno será el último y llegará el Apocalipsis. La NASA ha desmentido categóricamente esa posibilidad y explica que la alineación del sol, la Tierra y el centro de la Vía Láctea es un hecho anual de pocas consecuencias. Sorprendi-do anda, por tanto, aquel al que llaman “Lorenzo” con la que se ha armado este año 2012, así que por ahí va pavoneándose entre tormentas y auroras, danzando con los planetas, jugan-do a los eclipses, mostrando su poder y magnetismo, ¡pero de ahí a apagarse…! Quédate, ¡O sole mío! , le cantan sus criatu-ras. Porque cuando en las mañanas al campo sales, dorando los mares y los trigales, todo es nuevo y todo es viejo bajo tu luz y calor. ✥
María del Mar Sánchez Cobos
Farmacéutica
Tú eres mi sol
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