Revista Pliegos de Rebotica - Nº 145 - Abril/Junio 2021

compañeros me esperan. Esta noche no llueve. Sin embargo, en el mar se ve un siniestro reflejo en su superficie. Más cánticos y versos siniestros (entiendo alguna palabra suelta). Esta vez se repite la ceremonia, pero termina con la imposición de la mano derecha de cada uno de ellos en mi cabeza.Ya no oigo gritar a un niño, empiezo a oír balbuceos y sílabas. Miedo. Nuevo desayuno. Esta vez por lo menos no he sudado en la cama. Pero mis huéspedes se ven muy cansados. Les pregunto si necesitan algo más de ropa de cama, algo de comida diferente, pues se ven como apagados, sin fuerza. Me dicen que no. Me dicen alegres y sonrientes que tienen todo lo que necesitan. Pero mi cabeza me duele. Oigo ruidos.Y lo peor, es que en un par de ocasiones he aparecido en otra habitación sin recordar cómo he llegado a ella. Duplicamos la dosis de somnífero para esta noche. Cuarto sueño nudista.Ya me voy acostumbrando. Vamos los cuatro hacia el abismo. ¿Cuatro, por qué he dicho cuatro? Nueva ceremonia, pero esta vez entiendo los cánticos que profiere esa mujer, a modo de sacerdotisa ancestral. Está realizando una elegía sobre su hijo perdido. Habla de tiempos mejores que vendrán, y de una reagrupación de todos en el futuro, como anuncian la mayor parte de las religiones, tras la muerte. Pero hay algo diferente: esta vez mi boca y mi cerebro contestan, en un leguaje olvidado del principio de los tiempos, a los cánticos de la desnuda sacerdotisa. Una respuesta a su llamada. Una respuesta del hijo fallecido. Una respuesta que anuncia la pronta reunificación familiar. En esta ocasión terminamos con la creación de un círculo, estrechando las manos unos con otros, como si jugásemos al “corro de la patata”, entonando un oscuro salmo. Cuatro voces diferentes se escuchaban en el ritual. Nuevo amanecer. Estoy exultante y eufórica, lo contrario que mis huéspedes, los cuales hoy no pueden levantarse de la cama. Les he servido el desayuno en ellas. Parecen agotados, y no entiendo el motivo.Y aparecieron otra vez los lapsus mentales, pero no de apariciones momentáneas en otras habitaciones, sino de largos minutos, en distintos lugares, dentro y fuera de la casa.Y en una de esas súbitas apariciones, me encontré sosteniendo la mano de la mujer, que me miraba con ojos tiernos y llorosos. Al ver mis ojos de sorpresa, entendió que había vuelto a ser consciente de mi tiempo y espacio, lo cual, quizá hizo empatizar con mi situación de desconcierto, para lo cual intentó darme una explicación que me tranquilizase, evitando que me volviese loca o paranoica: “tranquila, tenemos más en común de lo que tú crees. Perdiste un marido. Perdimos un hijo. Perdimos la misma persona. Nuestra relación con nuestro hijo se distanció desde hace años, por eso no supimos de vuestro matrimonio, y probablemente tu no supieses de nuestra existencia” (cierto, mi marido me dijo que era huérfano). “Pero al fallecer, las dotes psíquicas y percepción que hemos desarrollado como seguidores de una antigua y olvidada secta ocultista, nos hizo saber de su pérdida, y al haber intentado hallar su cuerpo, encontramos el vínculo que había creado contigo. Un vínculo fuerte y poderoso, que podemos aprovechar para traerle de nuevo, no a su cuerpo pútrido y descompuesto, sino a compartir tu mente, tu cerebro, tu cuerpo, creando la mayor simbiosis que dos enamorados, que una pareja pueda tener. La ceremonia está a punto de terminar.Y cuando concluya, tú recuperarás a tu marido, y nosotros a nuestro hijo, aunque en forma exterior femenina.” Y cayó en un profundo sopor. Aquello fue superior a mis fuerzas. Pero sabía que me había dicho la verdad. Empezaba a poder compaginar mis pensamientos, con la voz que oía de fondo.Y lo peor fue cuando puede oír claramente la voz de mi difunto marido en el interior de mi cerebro: “Déjame marchar… libérame… descansar…”. He decidido acabar con la ceremonia. n 9 Pliegos de Rebotica 2021

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