Revista Pliegos de Rebotica - Nº 145 - Abril/Junio 2021

S Juan Jorge Poveda Álvarez El vínculo 7 Pliegos de Rebotica 2021 S olo yo podía hacer algo. Avancé hacia el borde del acantilado. El aire frío, cargado de gotas de agua salada, como chispas incandescentes flotando en el aire por el reflejo de los últimos rayos del sol poniente del horizonte, golpeaba mi rostro con fuerza. Agua salada exterior que se mezclaba con el agua salada que brotaba de mis ojos en forma de resbaladizas lágrimas.Y llegué al borde de esa pared pétrea, que terminaba muchos metros más abajo, sobre rocas afiladas y un mar embravecido, dejando caer mi cuerpo en el vacío. Una semana antes, la pequeña casa rural que regento desde que enviudé hace un par de años, estaba vacía, pues en zona de costa bravía, durante el periodo de transición del otoño al invierno, la afluencia de gente, baja de manera sorprendente, tras el final del periodo estival, y antes de las fiestas navideñas, cuando retorna un turismo familiar totalmente diferente al que recibimos en pleno verano. Por eso, cuando apareció aquel matrimonio mayor solicitando alquilar un par de habitaciones, pensé que la diosa Fortuna me había enviado unos ingresos extras que me ayudarían para mantener las instalaciones durante la quincena que habían reservado. Era un matrimonio mayor, aunque los DNIs que dejaron para el registro de las habitaciones, indicaban que no superaban las siete décadas de edad. Pero la vida les debía haber tratado mal, aunque lo mismo puedo decir de mi apariencia en general, pues aunque soy asidua a probar todas las nuevas cremas y remedios que me aconseja mi farmacéutica, el daño que se produce en la piel debido al salitre y la humedad ambiental es patente, pareciendo estar más en bien entrada en la treintena, que en los veinte años largos que tengo. También el golpe que supone enviudar tras solo seis meses de matrimonio, de manera inesperada, a causa de un aneurisma cerebral que sufrió mi marido, deja su huella… El primer día de esta nueva “familia” fue el habitual, conocer los rincones de la casa, las tareas que se pueden hacer, las excursiones que se pueden planear por los alrededores de la casa (estamos a menos de 5 kilómetros de la población más cercana), a unos 500 metros de un gran precipicio que termina su caída en el mar, con unas vistas inmejorables, y a menos de un kilómetro de una tranquila playa de cantos rodados, que hace las delicias de las familias en el verano (en esta época, poco que disfrutar). Pero el segundo día se levantó una galerna de manera progresiva, y los nubarrones lejanos que veíamos cómo se acercaban mientras desayunábamos, cubrieron antes de mediodía todo el cielo, empezando a dejar una fina y fría lluvia, lo cual hizo que nos congregáramos alrededor de una

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