Revista Pliegos de Rebotica - Nº 144 - Enero/Marzo
H H acía horas que había cesado la lluvia, fluida y musical. En el parque, el sol ya ganduleaba la primavera con irisaciones de otro mundo. Sentado en un banco, con el placer del calor y del reposo, miraba fascinado a un niño que jugaba montado en su caballito de madera. ¡Era idéntico al que yo tuve! El lento mecer del niño adormecía mis sentidos y despertaba los recuerdos, como la magdalena de Proust. Cuando el joven Marcel llevó a sus labios una cucharada de té que le había ofrecido su madre, y en la que había dejado ablandarse un trozo de magdalena, se estremeció,“ atento a algo extraordinario que ocurría dentro de mí ”. Le invadió un placer delicioso, una alegría que le llevó a buscar y a crear, a rememorar el pasado antiguo, el inmenso edificio del recuerdo.A partir del reconocimiento del sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que antaño le daba su tía Leoncia, adquirió forma y solidez toda su existencia. Yo había comenzado el gran renunciamiento de la vejez, que se prepara para la muerte envolviéndome en una crisálida, en mí mismo. Cuando la vida carece de estas horas excepcionales en que sentimos sed de algo diferente, algo nuevo, solo queda la resignación, el pastorear nuestro rebaño de penas. Como la Parca ya arañaba mis entrañas con su guadaña, intentaba ocultar la realidad con una gran imaginación.Al igual que le pasó a César Vallejo, se estaba secando a pausas mi amargura, aunque el poeta lo extendió en plural a su amada:“ y en una sepultura los dos dormiremos ”. Probablemente yo no tendría esta suerte sino que repetiría la deVirginia Woolf:“ pasa el tiempo y perecemos, todos, cada uno en su soledad ”. Olvidados los desastres inofensivos de la vida, que pesan como escamas en los ojos, quedaba la alegría del recuerdo, imágenes dibujadas en mi imaginación antes de desaparecer. Me gustaba envolverme en una oscuridad suave, sosegadora, a la misma profundidad en que ardía mi pasado multiforme, entrecortado como la parda agitación de las olas en un mar embravecido. Reconocía el ensueño recurrente, acariciado largo tiempo y nunca realizado. La íntima delectación, el placer imaginario, transformaba mi sequedad en una aterciopelada luz intermedia. Ensamblando episodios, suprimiendo intervalos, moldeando los retazos de mi recuerdo, libres, táctiles, flexibles, parecía que hacía realidad la fantasía, que cobraba vigor antes de desaparecer. Dejando atrás, invalidando, mi vida estéril y caducada, iniciaba de nuevo el alivio del sufrimiento, haciendo real el encanto de lo inventado. El ensueño abolía el tiempo, las distancias, las edades, mezclando los lugares conocidos con los nuevos imaginados. Evocaba la dulzura próxima del regreso a la realidad reinventada, aunque su esfumato se hundía y desaparecía. Claro, necesitaba traspasar el umbral del tiempo para sustraerme de la nada que me amenazaba. El lento ritmo de la memoria me encaminaba hacia una voluptuosidad ininteligible, deliciosa, hacia una nueva belleza más sensible, más pura. Pero lo reconstruido en las tinieblas del sueño se disipaba con el torbellino del despertar sin poder distinguir su contorno, de dimensiones variadas a la vez concentradas pero con amplitud y estabilidad. Esas evocaciones confusas eran el único faro en mi noche. La atmósfera granulosa se transparentaba, quería dar libertad a su luz. En las incertidumbres de los largos ensueños alternaban los momentos gozosos de amor con la incomprensible e insolente indiferencia de familiares y amigos. En ocasiones reconstruía en mi cabeza el aliento de civilizaciones perdidas. Paseaba por la mítica Pompeya en una sensual Pedro V. Frontera Izquierdo 7 Pliegos de Rebotica 2021 Por el camino de Proust
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