Revista Pliegos de Rebotica - Nº 144 - Enero/Marzo
L Joaquín Herrera Carranza L a actualidad del árbol de la quina es desgraciada.Y me explico porque la historia del árbol de la quina es brillante, aunque también cuenta con renglones escritos de historietas y leyendas. Sin embargo, la cruda realidad nos ha traído de nuevo, a nuestros días, la corteza de la quina de la mano de un virus que ha puesto en jaque mate (¡numerosas muertes!) a todas las sociedades humanas. Una pandemia de características, hasta ahora, desconocidas. Un derivado de la quinina (alcaloide natural del árbol de la quina), la hidroxicloroquina, alumbró hace unos meses como una inesperada esperanza para el tratamiento contra la enfermedad COVID-19, una posible solución, incluso preventiva, mientras se investiga la vacuna, o vacunas. La base científica ha sido escasa, por no decir prácticamente nula, a pesar de que muy altos dignatarios pregonaron desafortunadamente sus posibles bondades farmacológicas. La ficha técnica y prospecto de la hidroxicloroquina (200mg comprimidos recubiertos con película) informan que se utiliza para la artritis reumatoide, tratamiento de ataques agudos de malaria no complicada y para prevenir la malaria y lupus eritematoso sistémico y discoide. La presencia del coronavirus complicó, durante unos meses, las existencias de la hidroxicloroquina en la farmacia comunitaria. Una leyenda, bien conocida, de características románticas es la que conduce al nombre botánico del árbol de la quina ( Cinchona officinalis ) y que tiene como protagonista principal a la Condesa de Chinchón, Francisca Enríquez de Rivera, esposa del Virrey de Perú. Enferma de fiebres tercianas (1638) curó gracias al tratamiento con polvos de corteza del árbol ( cascarilla en aquellas latitudes), ofrecido por un jesuita. Se difundió rápidamente la sanación de la ilustre dama y de ahí los nombres coloquiales de ‘polvos de la condesa’ y ‘polvos de los jesuitas’. No obstante, en el mismo tiempo histórico nos topamos con la primera referencia médica escrita, conocida y consistente, de la corteza de la quina, que data del año 1653 y cuyo autor fue un jesuita, cronista, naturalista, antropólogo e historiador, Bernabé Cobo y Peralta, nacido en Lopera (1582), provincia de Jaén y en aquel tiempo perteneciente a la Corona de Castilla.Vivió más de 55 años en el Nuevo Mundo, entre otros lugares, Las Antillas, Guatemala,Venezuela, México, Lima. Murió en la última ciudad citada en 1657. Escribió una destacadísima, novedosa y extensa obra titulada Historia del Nuevo Mundo , de muy alto contenido en historia natural, con especial dedicación a la Botánica. Y ahí es donde se localiza la primera referencia farmacológica (incluida la formulación galénica) escrita, destinada a la corteza del árbol de la quina, la cascarilla , que identifica como ‘Árbol de calenturas’. Dice como sigue: Un árbol que crece en la zona de Loja de cuya corteza pulverizada se prepara una infusión en vino u otros líquidos y cura fiebres y las tercianas y ha producido resultados milagrosos en Lima. La obra (manuscrito) de Bernabé Cobo sufrió diversas vicisitudes y no fue publicada en su tiempo natural.A finales del XVIII el ilustrado valenciano Juan Bautista Muñoz y Ferrandis (1745-1799), bibliógrafo, cronista, historiador americanista, cosmógrafo y valedor del Archivo General de Indias, lo halló en Sevilla, al parecer en la biblioteca del desaparecido convento de San Acacio. Posteriormente, el escritor, zoólogo y explorador, Marcos Jiménez de la Espada, cartagenero (1831-1898), quien participó en la principal ‘Comisión científica del Pacífico’, editó en Sevilla, entre 1890 y 1893, con el patrocinio de la Sociedad de Bibliófilos Andaluces, una parte sustancial de la ambiciosa obra de Bernabé Cobo, Historia del Nuevo Mundo . 5 Pliegos de Rebotica 2021 El árbol de la quina en la actualidad
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