Revista Pliegos de Rebotica - Nº 144 - Enero/Marzo

C C ada uno somos propietarios y protagonistas de una banda sonora que, como en el cine, acompaña la película de nuestra vida. Las notas invisibles de este pentagrama inadvertido que grabamos en cada minuto, componen melodías de sabores ácidos, dulces, amargos, excitantes, relajantes, misericordiosos o terribles, que colorean poderosamente las emociones y los sentimientos de nuestras horas vividas. Con las figuras musicales –corcheas, semicorcheas, fusas, semifusas, blancas, negras, redondas– y sus silencios, y con solo siete notas, se pueden escribir líneas tan sencillas como la nana de una infancia feliz, o tan bulliciosas como las carcajadas de un hijo; pueden mostrarse machaconamente repetitivas como el taconeo sensual de una novia, o exhibirse tan relajantes como el golpear de las olas de un mar complaciente. Dicen que el monje Pablo el Diácono, allá por el sigloVIII, dedicó a Jesucristo, rememorando su bautismo por San Juan Bautista, este texto: Ut queant laxis Re sonare fibris Mi ra gestorum Fa muli tuorum Sol ve polluti La bii reatum, Sa ncte Ioannes. Las primeras sílabas de cada renglón – ut (do), re, mi, fa, sol, la, san (si)– sirvieron de regla nemotécnica al teórico Guido de Arezzo (991–1003) para recordar las notas. Con ellas y sus figuras, a lo largo de la historia, han ido aparecido creaciones maravillosas y diversas que acompañan, dulcifican, enervan, elevan el alma, aplacan los nervios, alegran al triste, amansan a las fieras, tornan humano al emperador y compasivo al criminal. Mi banda sonora nació en el siglo XX, en una década en la que compartían mesa y mantel auditivo Elvis Presley y Camilo Sexto. Ellos dibujaron autopistas indelebles entre mis neuronas infantiles que llevaban “Algo de mi” hacia “ In the ghetto ” calzadas con “ Blue Suede Shoes ”. Pero, aunque ese sea mi recuerdo armonioso inicial más llamativo, numerosos caminos musicales de mi cerebro estaban trazados ya gracias al inconsciente colectivo de la humanidad. Aristóteles decía que el ritmo es inherente al hombre, y Platón escribió sobre como llegar al alma a través de la música en la “República”.Y así debe ser y lo vivo en mis carnes, porque cuando escucho a Antonio Vivaldi se me hace visible el nacimiento de la primavera; y cuando Juan Sebastián Bach acomete el órgano, vuelo absorta hacia Dios; y me invade el romanticismo con las notas de Roberto Schumann; y la noche se llena de luz con Chopin… y con tantas otras obras, cambia el aire que me rodea como si de pronto se hubiese abierto una puerta en el cielo. La música es el lugar donde pasear o donde esconderse. Todo lo permite. Pero además, están los recuerdos. O lo que es lo mismo, los trajes –diferentes para cada uno de nosotros– con los que se visten las notas enlazadas, y nos hablan con un lenguaje propio revolviendo la memoria, mientras nos mecen al vaivén de la cuna de la nostalgia. Así se va escribiendo, de forma personal e intransferible, nuestra banda sonora: la de un amor, la de una ruptura, la de un nacimiento, la de una muerte… recuerdos que se hacen presentes y se vuelven realidad de nuevo con cada melodía. En ellos nos sumergimos una y otra vez, en una cita solitaria porque, aunque las aguas sean diferentes, el rio siempre es el mismo. (Y tal vez por eso, para que no te olvidase, aquel día, en aquel momento, se te vino a la boca nuestra canción, como un vómito de amor, mientras te decía adiós para siempre.) ¿No creen? Pues eso. n 28 Pliegos de Rebotica 2021 Aurora Guerra Tapia Sin música la vida sería un error. Friedrich Nietzsche (1844–1900) La banda sonora de cada vida

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