Revista Pliegos de Rebotica - Nº 144 - Enero/Marzo

mirada de ilusión a la cajetilla que coloqué a sus pies como un trofeo, merci bien, mon amour, y desgarró en los labios color bella de noche el precinto de celofán. Sabía fumar. Se me arrodilló encima con sus piernas de cobre abiertas y la ropa interior apilada en el suelo. Envuelta en humo, la argelina que me despedazó la onda T se entregaba a las caricias con el demonio del tabaco siempre vivo en la boca, sin devolverme nunca un solo beso. Hasta que llegó la noche en que la máquina dispensadora se quedó con las monedas y Jasmine trasplantó mi corazón por el de otro hombre. –Le extiendo un volante para una prueba, Eugenio – miro a mi operador con fijeza alarmada y atónita. No quiero ni imaginar que he de volver a pasar por el mismo suplicio–. Mañana le practicaremos una ergometría con talio 201. Una prueba de esfuerzo, ya sabe. El manotazo que recibo es despiadado. Sin ánimo para oponer objeciones me dejo acompañar hasta la puerta y le estiro la mano como un autómata.Van a abrirme en canal; dos veces. Me aterroriza reconocerlo; pero estoy a un paso de la mesa de operaciones. Primero la prueba de esfuerzo, luego el cateterismo y acto seguido la intervención. Quieren averiguar si mi corazón recibe oxígeno suficiente o si sólo admite ya humo de tabaco. Me subirán a una bicicleta estática, me inyectarán un radioisótopo, y me pasarán por una Cámara Gamma como el mago que pasa un pañuelo por un cilindro trucado. Cruzo la plaza que se extiende entre el Clínico y la cafetería de las batas blancas de Consultas Externas. Dentro de mi pensamiento, la noticia positiva se asienta en que tengo libertad de elección. Es decir: esta mañana me han dado a escoger entre vivir mi muerte o matar mis días entre quirófanos y postoperatorios. Me dan la opción de revivir el tiempo que estuve fuera del tiempo. Para cuando regreso del lugar donde aparqué los pensamientos me encuentro ya en la cafetería al otro extremo de la plaza, en plena zona de fumadores. Hasta aquí se llega también una pareja que me es familiar. La mujer está enganchada al tabaco. Me gusta el gusto de la mujer por el tabaco. Él no fuma. Ronda el uno por ciento los fumadores pasivos que mueren al año por exposición crónica al humo del tabaco, o eso dicen. Cuando el camarero se acerca me encuentra con ambos brazos sobre la formica, mirando una tragaperras como si no la entendiera. Será una ginebra helada, le pido. O mejor, un orujo; congelado, sí. Soy consciente de que me pongo en peligro bebiendo. Pero, al cabo de inmensas cantidades de nostalgia, la ocurrencia del alcohol me pone a temblar.Y la del tabaco también. La añoranza por un cigarrillo. Pido un paquete al camarero. Mis pulmones se sobresaltan ante la posibilidad de albergar al fin humo. –El tabaco en la máquina dispensadora, señor. Disculpe. El tema se saldó invitándome de su propio tabaco. Un Marlboro; una labor para vaqueros rubios que cabalgan con el tema de Los Siete Magníficos como música de fondo. Para el vaquero del anuncio,Wayne McLaren, el personaje de ficción más influyente de la Historia. Por fin tengo delante el aguardiente frío y un cigarrillo sobre un plato de café a modo de brújula, señalando una dirección a ciegas. Quiero pensar que en dirección al polo donde una mujer sin edad le saca el último humo a un pitillo. Pero no me atrevo ni a acariciar el vaso. No me atrevo a subir el Marlboro a mis labios, a despachar sonrisas con la mujer de un hombre entrado en años. En mis circunstancias no me atrevo.Y pienso que si mi corazón pudiese decidir se pararía. Claudicaría. Sin embargo, de decidirme, tal vez tomara partido por aquel tabaco–cielo azul adolescente.Tabaco–tubo enterrado en la tierra. Tabaco–cajetilla amarilla de Rumbo Largo.Tabaco–café con anfetas y noches en blanco.Tabaco–liga emborronada y vuelo de faldas.Tabaco–sombrero de Bogart arriba de un podio.Tabaco–reflejo de la brasa en una piel encerada.Tabaco–vaquero intrépido del oeste más lejano.Tabaco–cigarrillo con el que, finalmente, no me atrevo, que chupo apagado entre mis labios para garantizar su inocuidad. –Me sorprende encontrarte aquí, con una copa de orujo y un cigarrillo apagado en los labios –la esposa, la alumna, la hija, la amante del jefe, la insólita criatura cuya presencia me alteró el pulso en la sala de cardiología está ahora frente a mí.. Me estudia durante cinco minutos, tal vez más.Al cabo, se aproxima hasta invadir mi intimidad y me ofrece su fuego. La tentación de la llama enciende brevemente su rostro. Niego con la cabeza. No confío en el resplandor secreto de un rostro de mujer.Aparto el aire viciado del Paraíso para que no se cuele en mis pulmones. Lo que le queda de camino a mi vida comenzará en cuanto ella termine el pitillo. En cuanto ella mate el cigarrillo y tome una decisión. La mitad sana de mi corazón no ha cedido a la letal seducción del tabaco. Rechazo los hilos de humo. Me quedo con la mano que sostiene su cigarrillo. n 24 Pliegos de Rebotica 2021

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