Revista Pliegos de Rebotica - Nº 144 - Enero/Marzo
pocilga ni su perfectamente delineado jardín en una devastada plantación, arruinando los arriates de plantas y flores que con tanto mimo y cuidado mantenían. Se encontraba con ellos Rafi, el hijo de sus vecinos que compartía con Rodrigo el mismo nivel educativo, colegio, aficiones, intereses y todo lo que puede unir a dos niños y nada de lo que los puede desunir, por lo que su amistad y compañerismo se hacían cada vez más indelebles e indisolubles: iban y regresaban juntos del colegio, coincidían en la elección de una película o de un programa de televisión y hasta dedicaban sus mejores sonrisas a la rubita más mona de la clase; solamente los hacía irreconciliables su afición al fútbol, seguidores de equipos rivales, fuertemente rivales… Los padres de Rafi, Fernando y Marisa, pasaron a recogerlo ya bien avanzada la tarde y se encontraron con la sorpresa de las dos parejas de perros. Y se fueron pronto a casa con la nostalgia en sus ojos, esforzándose para que nadie lo apreciara: su perro, “Tac”, había muerto recientemente debido a su mucha edad y a su mucha torpeza para evitar el atropello de una “moto” en la misma puerta de la urbanización. Esta circunstancia, evidentemente, no constituía ningún drama en sus vidas –en su hijo, quizás sí– , pero no por ello pudieron evitar un recuerdo apenado a la vista de los cuatro cachorros que, ya convenientemente lavados, presentaban un pelaje mucho más bello que el mostrado por la mañana. No pasó inadvertida su expresión de disgusto a los ojos de Ángel e Inés y, como dentro de unos días, Rafi cumpliría los mismos años que Rodrigo decidieron, previa consulta a éste, regalarle una de las dos parejas. Fue una fiesta de cumpleaños inolvidable; no por el presente en sí, si no por la carga de delicadeza y profunda amistad que encerraba. Pasó el tiempo y todo era alegría en común, retozos en común, paseos en común y… ¡preñez en común! Los días, la actividad vital, las hormonas sexuales y toda la parafernalia de la Naturaleza, hicieron que las dos perritas, blancas, blanquísimas, se quedaran preñadas de los dos perritos, negros, negrísimos y que al cabo de la gestación pertinente, alumbraran cada una cuatro hermosos cachorros, cuatro. Pero, ¡oh, sorpresa!, ninguno era blanco ni ninguno era negro: ¡eran grises! Los padres de Rafi, él poeta y ella escultora, personas creativas y alejadas de todo cientifismo, celebraron entre desconcertadas risas el encanto de lo inesperado y a los cuatro los llamaron – eso sí, conscientes de su escasa originalidad – “gris con leche”. Inés y Ángel, no. Científicos especializados en moléculas genéticas, enseguida explicaron el hecho recordando la primera Ley de Mendel y aplicándola a esta primera generación de perritos: todos uniformes y de un color intermedio al de sus progenitores, señal inequívoca de la equipotencia del carácter hereditario del color de su pelo y de ser razas puras con respecto a dicho carácter.Y, por supuesto, nada de llamarlos “gris con leche”. A todos les hicieron una muesca en la oreja derecha con las diferenciadoras letras griegas alfa, beta, gamma y delta, aunque la incontenible imaginación de los niños los nombró, por otro lado, de forma más natural y sonora. Eran la sensación de la urbanización y la envidia de los demás vecinos que paseaban a sus perros como escondiéndolos de la belleza que mostraban los ocho ejemplares grises de Rodrigo y de Rafi. Los padres del primero, para seguir un poco la pista genética de los perros, y sabedores del 20 Pliegos de Rebotica 2021
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