Revista Pliegos de Rebotica - Nº 144 - Enero/Marzo

A Ángel del Valle Nieto “Blancos, negros, grises ” A quella mañana de invierno se presentaba particularmente húmeda y fría. El río, en cuya margen derecha se asentaba la ciudad, envolvía a ésta con una espesa neblina que penetraba más allá de las confortables prendas de abrigo. Era temprano y el sol, particularmente perezoso, apenas si empezaba a mostrar en el horizonte un tímido disco difuminado y, desde luego, su aspecto no recordaba en nada al “rubicundo Apolo” cervantino. Era, en fin, un día perfecto para pasarlo íntima, recoleta y confortablemente al calor del hogar. Pero el trabajo esperaba y a él llegaron tan puntuales como de costumbre. A la puerta del Departamento universitario que constituía el sancta santorum de sus investigaciones los estaba esperando el proveedor habitual de animales que, en aquel día, debía realizar varias y alejadas entregas, de ahí lo temprano de su visita. Veinte perros le habían encargado y veinte perros les llevaba y los mismos le pagaron. Pero antes de irse, les ofreció cuatro más. Esta vez no eran los clásicos animales de laboratorio: eran cuatro preciosos cachorros, dos machos y dos hembras. Simpáticos, sucios, callejeros, un tanto mal alimentados. Pero con un “algo” especial en sus miradas y en el movimiento de sus orejas. Los machos, negros; las hembras, blancas. Se quedaron con ellos, pero por puro capricho personal, sin pensar en destinarlos a sus investigaciones y experimentos. Al terminar la jornada regresaron a casa. Inés y Ángel vivían en una urbanización próxima a la ciudad y disponían de un jardín capaz de “soportar” las travesuras de los cuatro perrillos. Iban disfrutando de antemano la cara de alegría y de sorpresa que pondría Rodrigo, su hijo, al verlos aparecer con los cuatro graciosos cachorros. En efecto, la entrada en casa resultó más apoteósica de lo previsto y la tarde se transformó en una auténtica algazara y en un puro solaz. El niño no es que no saliera de su asombro, es que cada vez estaba más dentro de él y si alegría denotaba la sonrisa de su boca, no expresaba menos la luz de sus ojos, azules y brillantes. Mas, en medio de ese torbellino y como buenos amantes del orden, empezaron a inculcar hábitos del mismo a los recién llegados y a su propio hijo en su trato con ellos, para que no convirtieran su exquisito hogar en una 19 Pliegos de Rebotica 2021

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