Revista Pliegos de Rebotica - Nº 142 - Octubre/Diciembre 2020
C C onozco, leo y admiro a Margarita Arroyo desde hace siglos; ella era una jovencita y yo ya un tipo cansado de cansarse. La vida, que es una sucesión de sorpresas, nos habría de unir. Los dos hemos coincidido como ganadores de algunos premios: Hucha de Plata, Clarín, Ibn Jafaya y Francisco de Quevedo y los dos compartimos a un maestro de excepción: José García Nieto. La poesía, la música y la Farmacia han sido los ejes de su vida. Hace muchos años que me siento cercano a ese oficio extraordinario, tan antiguo, tan humano, acaso tan divino, como es la Farmacia. La tradición literaria de las reboticas me atrae desde la juventud.Tendrá su origen en eso que Manuel Alcántara llamó la “cultura de la sangre”; el abuelo de Serafín Baroja, editor, escritor e ingeniero, padre de don Pío, era boticario, y a aquella rebotica ilustrada de San Sebastián acudía mi tatarabuelo, ya un jubilado pacífico, el general y aventurero liberal cuyo nombre y apellido llevo, y que habría de biografiar el autor de Zalacaín el aventurero . Mi amor a la Farmacia me llevó a presentarme al premio Áspid de Oro que convocaba anualmente la farmacia San Felipe, de Cuenca, con el artículo “La Farmacia como misión”, publicado en El Alcázar de Lucio del Álamo, el 6 de noviembre de 1968. Gané el premio y el siguiente 28 de enero lo recibí en Cuenca, y aquello dio lugar a una anécdota curiosa que es la primera vez que cuento pero que está documentado ya que saltó a la prensa. Resulta que se había presentado al premio mi admirado amigo, poeta y farmacéutico Federico Muelas que recibió mal no haber resultado ganador, y protestó ante los organizadores; como los artículos estaban publicados el asunto no tenía vuelta de hoja: el jurado decidió; años más tarde todos los artículos premiados y finalistas de aquellos premios fueron recogidos en un libro que tengo en algún rincón de mi desordenada biblioteca.A raíz de la protesta de Federico se cruzaron unas cartas entre él y yo que se publicaron en dos periódicos, los que habían acogido su artículo y el mío. Él era un poeta ilustre de la “generación del 36” y yo un joven irreverente; me retiró el saludo pero no al convocante del premio ni al jurado que, en todo caso, me hubiese parecido más justo; fui un perjudicado involuntario. Estas líneas están escritas en homenaje a Margarita Arroyo, directora de Pliegos de Rebotica , poeta de primera, en cuya obra en prosa figura el tan interesante libro El albarelo de la cruz lisada , y he querido referirme a algunos aspectos de mi relación con la Farmacia. Sobre la poesía de Margarita se han escrito muchas páginas con el elogio que merece, pero todos sus amigos y admiradores sabemos que su poesía no sería como es sin la música y sin la Farmacia. Son sus tres amores, sus tres puntales. Hace diez años escribí el soneto “Enfermo en la botica” que dediqué a nuestra poeta y que permanecía inédito hasta ahora.Vaya en estos Pliegos como homenaje de admiración y cariño desde una vieja amistad que tanto me ha enriquecido. ENFERMO EN LA BOTICA A Margarita Arroyo Padezco taquicardia y calentura, depresión, tensión alta, y afonía, no hay fármaco en que encuentre mejoría, está en las nubes mi temperatura. Mi extraña enfermedad no tiene cura, no da la cara en la radiografía, y me siento más grave cada día. Estoy para tirarme a la basura. La cuestión es asaz extraordinaria: en la botica es donde se desata feroz mi mal, entre los albarelos. Y hoy sé, sin más remedios ni consuelos, que en realidad lo que me hiere y mata es la mirada de la boticaria. Juan VAN-HALEN (Inédito, 2010) 8 2020 Margarita Arroyo Poemas y albarelos Juan VAN-HALEN
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