Revista Pliegos de Rebotica - Nº 142- julio/septiembre 2020
el aspirante al título provincial de los pesos medios... El Toro debería estudiar con más atención al rival: pómulos, mentón, frontal, nariz. Son la carta de presentación de su adversario. Cuarenta y cuatro de bíceps, treinta y tres de puño.Y más allá de la esquina azul, en la primera fila reservada a la organización y a los informadores deportivos, hay un asiento desprotegido. Es importante proteger el atado de los guantes con una tira de esparadrapo. Guantes de ocho onzas cuyas crines va separando el Toro Aquino hacia los extremos, a fuerza de apretar con los dedos. —¡¡Box!! Saliva reseca, saliva que escapa sólida hacia el esófago y despeja de cortinajes la boca para apropiarse del aire.Y ese sudor lamiéndole el vientre, como si llevara hundida una aguja colchonera bajo la cinturilla. La primera mano de Aquino en el ring manda a su oponente a la lona. Pero un combate comienza a perderse cuando más cerca se está de ganarlo. Por ver a su ángel gitano, el Toro se deja acorralar en una esquina y sale de las cuerdas por su lado izquierdo, a despecho de la contra que recibirá en el costado. Esa tarde la ha mandado adonde el Tío Dios, con un maletín grávido de papel moneda. Las apuestas a favor del aspirante se pagaban diez a uno; pero Juan de Dios Heredia sólo le podía ceder una ventaja de nueve a siete al campeón. Sin embargo, valía la pena: al Toro le gusta alimentar a la Gitana con la miel de las apuestas. —¡Break! El juez amonesta al campeón por pasar los brazos bajo las axilas del contrincante. Ella aún no ha llegado. Al romper el cuerpo a cuerpo, Aquino encaja un contundente gancho en la línea del mentón. Sonrisa necia. Con la cabeza niega acusar el golpe e invita al contrario a que entre. Sólo le preocupa ella. Cuando un hombre retiene en demasía los fluidos, la hembra se le instala en la cabeza. Seguramente que estará soportando la burla del tiempo en la melé de un atasco o sacudiéndose las intemperancias del Tío Dios; pero no tardará en llegar. De ayer a hoy, Juan de Dios Heredia abandonó la cara acuchillada de la ciudad y ahora blanquea apuestas en la trastienda de un billar, a pocos pasos del Centro.Y a no más de dos pasos del campeón, un guante mide en milímetros la distancia al cuello del enemigo. Décimas después, un flash oportuno dejaría en suspenso el bocado del Toro Aquino en el aire. —...cuatro, cinco, seis... A los siete segundos de la cuenta de protección la Gitana entra en escena deliberadamente tarde, rezumando altas dosis de insolencia, carnes ondulantes de golfa casta, la cabeza enmarañada de nigérrimas guedejas, decidida a fascinar a cuantos encuentre por el ring y acaparar la atención de los objetivos despiertos. El primitivo macho parpadea distraído, sin fuerza para sostener los guantes. Su Gitana ha iniciado un desnudo lento, irreal como una paliza que nunca acaba, largo tiempo incubado en la humedad permanente de la almohada y en el sopor blando del alcohol. Plantada ante los fotógrafos se desprende del tres cuartos negro, mientras una tormenta de luz descubre sus clavículas descaradas, lo escarpado de sus senos, el vello de alimaña proscrita, y ese sartal de perlas femeninas sobre un estuche de mujer sembrado de violencia. Pero sólo ha sido eso: una cortina de luz blanca. Porque de pronto las cámaras se revuelven hacia el boxeador tocado. Respirar. Meter la nariz en los pulmones de la sala y respirar. El último aliento del Toro Aquino busca a la Gitana. El impacto en la carótida izquierda ha sorprendido a su corazón en diástole. Da dos pasos de autómata entre una confusión de colores. Pedazos rojos de retina, azulados, blancos. Sobre todo blancos.Y después la oscuridad. La conmoción en las cuerdas permite a la Gitana recoger el tres cuartos negro de cuero y pasar desapercibida. Así, como de luto, desaparece y se destiñe en el claroscuro de la sala, dejando tras ella un rastro de trescientos tres fetiches de luna y nácar.Y en el bolsillo, los boletos de la apuesta. Sesenta a uno. Con la vista puesta en el crepúsculo violeta de sus pezones, el Tío Dios le aceptó el maletín a favor del aspirante, si era capaz de noquear al Toro Aquino en el primer asalto. Horra de ataduras esboza una sonrisa de hembra buscona. Hay algo en ella que no le permite sentir ninguna lástima por ningún Toro. n 22 Pliegos de Rebotica 2020 Primer Premio Semana Negra de Gijón XI Concurso Internacional
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