Revista Pliegos de Rebotica - Nº 142- julio/septiembre 2020
que permitía gobernar un sinnúmero de programas de regímenes, menús y tablas de ejercicios con aplicaciones interconectadas. De cara a complacer al más exigente de los usuarios, leía lo escrito con una locución que sonaba a humana desde altavoces ocultos.Y si alguien se dirigía a ella, la tableta asimilaba las palabras del interlocutor en códigos orales. Escuchaba, entendía y contestaba de inmediato. Pero no se limitaba eso. Qué va. La misma voz –especifiquemos que femenina y que atendía por Michelle– te deseaba los buenos días o felices sueños. Según. Sus chips internos procesaban tus avances y te los exponía con los modales de un internado británico para retoñas de la aristocracia. Respondía a toda clase de preguntas, no solo acerca de dietas y hábitos saludables, sino de predicción del tiempo, tráfico del día, destinos para viajes sin brújula o información sobre la actualidad. Una maravilla de la informática doméstica. Desde el primer momento aquello fue sobre ruedas para satisfacción de Almudena, que absorbía como una esponja las acertadas enseñanzas de una tableta tan lista, y nunca dejaba de cumplir las observaciones y rutinas gimnásticas recomendadas. Por lo general suelo levantarme antes que mi mujer, y al entrar una mañana en la cocina escuché a la refinada y rumorosa Michelle. Un sucinto «Feliz día, Josechu.» Le contesté muy amablemente, por supuesto, jamás he desairado a una dama, aunque se vista de chips y funcione por el contacto con iconos tintados. Al día siguiente anduvo algo más parlanchina. —Menudo desgaste con estas jornadas de trabajo que te metes…Tantas horas sin parar… —No lo sabes tú bien, Michelle. Después de la caída de ventas del trimestre el jefe se ha puesto inaguantable. A partir de entonces, y puesto que continué dándole palique en cada desayuno, con prudente imaginación me fue apuntando sugerencias sobre mi físico y cuánto podía dar de sí con paciencia y tesón, qué tipo de actividades mejorarían mi higiene de vida, una higiene que –le había confesado humilde– se ceñía geográficamente al sofá del salón, al asiento del coche y a otro asiento muy confortable como director comercial en una empresa de publicidad. Así, charla a charla, cruasán a cruasán, la amistad entre Michelle y yo fue enriqueciéndose, y en un santiamén se convirtió en una complicidad tan sincera como morbosa y libre de ataduras. Llegados al fortalecimiento sólido de nuestra relación, se atrevió, en un impulso de audaz intimidad, a recomendarme unas vacaciones, una escapada a algún rincón lejano y salvaje donde poder practicar en contacto con la naturaleza el ejercicio que mi acartonado cuerpo pedía a gritos.Y descansar, relajarme, anular de un plumazo la triste rutina. Con una singularidad adjunta. – Si lo consideras oportuno para ayudarte a recuperar prestaciones en tu organismo, – me dijo, y en este punto Michelle bajó la voz para añadir–: con un físico todavía tan sobrado de potencial como el tuyo…, cuenta conmigo para acompañarte. Estaría encantada.Y si deseamos que mi rendimiento sea del todo eficiente… intenso… – puntualizó con un bisbiseo que sonaba a suave sonrisa, exquisitamente pícara – bajo ningún concepto debes olvidar un cargador de mi batería en buen estado. – Tras unos instantes valorativos, añadió – : Sería una buena idea que metieras en la maleta otro de repuesto. Nada hubo digno de mención durante los días siguientes. Nada hasta que una mañana Almudena se presentó en la cocina a deshora y sin hacer ruido, y me sorprendió declarándole mi pasión desbocada a la tableta en términos febriles, los labios húmedos, babeantes, pegados a la pantalla. Sin mediar una sola palabra mi mujer vino hacia mí. En la fase A me apartó de un empujón antes de arrancar violentamente el chisme de la pared, en la B le arreó cuatro mazazos con la tostadora que nos regaló mi madre en nuestro aniversario, y en la C tiró los pedazos y lo que quedaba de la tostadora al cubo de la basura. A continuación, y en mi honor, por primera y última vez añadió al ceremonial una cuarta fase, la D: telefoneó al psiquiatra y pidió hora. n 19 Pliegos de Rebotica 2020
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