Revista Pliegos de Rebotica - Nº 141- abril-junio 2020

“ “ Si nadie más lo ve, al menos lo verá Dios que está en los cielos”. Esa fue la contestación del cantero que trabajaba en el techo de la catedral de Colonia, cuando le dijeron que no debía esforzarse tanto en que quedase perfecto si nadie podría verlo al estar tal alto. En la Edad Media no había producción industrial y cada objeto estaba realizado lenta y concienzudamente por la mano de un maestro artesano que aprendió durante años originando un buen binomio: sentimiento de orgullo por el trabajo bien hecho y sentido de la belleza. En esta época en todos los oficios se da el mismo celo, la misma preocupación encaminada a afinar el trabajo propio y dotarlo de la mayor hermosura. Los materiales caros y generalmente difíciles de trabajar, dejaban la impronta en ellos del cuidado y el respeto por el material y la obra de arte. Porque, dejando a un lado a los que manufacturaban pequeños utensilios domésticos, el maestro cantero, el taracero, el que trabajaba el cuero o pintaba, solían hacer más de una actividad artística en su trabajo y eso originaba un gusto por la estética, una afición por todas las artes. Los cultivadores de estas artes empezaron y con frecuencia trabajaban en parte como simples artesanos, de manera que incluso los mejores pintores o tallistas simultaneaban su actividad artística de pintar y tallar delicadas imágenes de la Virgen o los santos con pintar blasones, muestras de barbero o hacer bancos con alguna talla. Quizá por eso en la Edad Media, florecieron los poetas y las agrupaciones que dedicaban su ocio a las letras y las artes. ¿De qué me sonará eso? Se indaga, se prueban nuevas técnicas, nuevos colores, nuevas formas de urdir los hilos o de plantearse la arquitectura. Destacan en esta época las taraceas y mosaicos florentinos; en La Campania el vidriado coloreado, en París y Bruselas los enormes y costosos tapices, en Venecia el delicado cristal, en Lieja el encaje y la orfebrería. Y con cierta frecuencia, quizá por este amor a la belleza de que hablábamos, cuando el tejedor, el orfebre o cualquier otro maestro artesano volvía a su casa tras el trabajo, se sentaba a componer versos.Y lo que en un principio fueron meras improvisaciones, brindis y coplas de corte popular, se convirtió en poesía auténtica al mismo nivel que la que hasta entonces se encontraba en la corte o los castillos. Los burgueses habían llegado al arte e hicieron suya la lírica trovadoresca, si bien es cierto que se trata de una lírica artificiosa que estaba ya en sus postremerías. Este amor por las letras se manifestó en la Academia de los Juegos Florales de Toulouse, con actuaciones también musicales, celebrándose también en esta ciudad un certamen anual a primeros de mayo en un jardín público en el que los premiados por sus mejores obras recibían una rosa de oro o una viola de oro. No fue solo en Francia, en toda Europa los burgueses, sobre todo la alta burguesía, se ocupaban de celebrar certámenes, ceremonias, reuniones, publicar libros sobre poesía y cultivar las artes en general, aportando el dinero necesario para el mantenimiento de estos actos para “difundir entre los hombres el amor, así como el gusto por las artes que elevan el espíritu y mejores nos hacen.” n 3 Margarita Arroyo Pliegos de Rebotica 2020 CARTA DE LA DIRECTORA Que elevan el espíritu y mejores nos hacen

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