Revista Pliegos de Rebotica - Nº 141- abril-junio 2020
C C uando me atrevo a decir que soy dermatóloga y he pasado la mayor parte de mi vida profesional viendo pacientes, pero que también soy escritora, muchos de los que me escuchan me miran con incredulidad. ¿Escritor un médico? ¿Cómo es posible circular con fluidez desde la ciencia al arte o viceversa? ¿Qué tienen que ver los queratinocitos y las citocinas con los besos de las mariposas? Solo hay que mirar someramente en la historia de la medicina o de la literatura universal para descubrir a numerosas celebridades médicas que ocuparon parte de su tiempo en la expresión literaria. Sirva como ejemplo relevante Santiago Ramón y Cajal, que, con el seudónimo inicial de Doctor Bacteria publicó, como primera obra puramente estética, una novela de ciencia ficción en la que microorganismos patógenos, fluidos hormonales y células de todo órgano, se enfrentaban en fantásticas y entretenidas aventuras. Siguieron otras muchas de carácter moralizante como A secreto agravio secreta venganza, algunas anecdóticas como Cuentos de vacaciones o Charlas de café , e incluso obras autobiográficas de amplio recorrido etario como Mi infancia y juventud o La vida a los ochenta años: impresiones de un arteriosclerótico . No se estancó en su creación artística, cultivando el dibujo y la fotografía, y dando conocimiento de su nueva afición en el libro La fotografía de los colores con la dignidad y la maestría de un virtuoso consagrado. Más cerca de nuestro tiempo, en 1985, Juan Antonio Vallejo Nágera, célebre psiquiatra y gran comunicador, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, cultivó la literatura logrando el premio Planeta con su novela histórica Yo el rey . También llamó a la puerta de la pintura en estilo naif , alcanzando gran éxito en las exposiciones de la época. Y por nombrar algunos más, Gregorio Marañón, Pío Baroja, Jaime Salom –que tuvo la gentileza de escribir el prólogo de uno de mis libros de poesías–, Mijaìl Bulgàkov, François Rabelais, Louis Ferdinand Celine, Anton Chèjov, Arthur Conan Doyle, Carlo Levi, Axel Munthe, Moacyr Scliar, John Keats, Somerset Maugham, y tantos otros, imposibles de enumerar en su totalidad. La tradición del médico humanista se puede ampliar sin menoscabo a otras especialidades sanitarias. Un buen ejemplo de esta actividad es la revista Pliegos de Rebotica , que de forma continuada llena sus páginas con autores farmacéuticos –y médicos, como yo misma– que sienten la pulsión de escribir como una parte más de su vida. El porqué de esta multiplicidad de vocaciones tan frecuente entre los profesionales de la salud ha sido objeto de tesis y conferencias. Pero es algo difícil de explicar.Tal vez queremos alejarnos del dolor y la miseria del cuerpo humano, con los que convivimos día a día. O tal vez, simplemente, como decía Mario Benedetti, no nos basta lo que tenemos. Después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser si no por una vida, al menos por un rato, por un parpadeo. Y si alguien de los que me leen, también ha deseado recorrer los caminos de la literatura, pero no se ha decidido porque se siente temeroso de hacer pública su intimidad –siempre queda retratado al autor de algún modo– o supone que no alcanzará una calificación de escritor sobresaliente, le animo a que lo haga pese a todo. No hay nada mejor que derramar el espíritu, dejarse llevar como un gorrión en el aire de un remolino, expandir los sentimientos al espacio como el sembrador que tira la simiente.Al igual que en la parábola evangélica, no toda la semilla fructificará. Pero allí donde la tierra sea fértil, allí donde el alma esté preparada, el fruto será inmenso. Así pues, tomando prestadas con suma humildad las palabras de Sócrates, digo: “Loquere ut te cognoscam.” (¡Habla para que yo te conozca!) Será una estupenda aventura compartida. ¿No creen? Pues eso. n 21 Pliegos de Rebotica 2020 Habla para que yo te conozca Aurora Guerra Tapia
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