Revista Pliegos de Rebotica - Nº 141- abril-junio 2020

La función se reanudó. A las divagaciones quiméricas del abogado contrario se sumaron las afirmaciones dubitativas de los testigos de la propia empresa y hasta las contradicciones in fraganti del jefe de personal. Una construcción tan obviamente débil que el propio juez tuvo que recordarles que la carga de la prueba les correspondía a ellos y no a la inversa. La intervención del magistrado instaló en la mente de Julia muchas dudas respecto a los motivos que animaban el comportamiento de aquél. En su contra la concesión en el fallido arranque del juicio y esto a favor. ¿Qué se representaba allí? ¿Una comedia vulgar? A priori la defensa de la posición de Julia parecía sencilla. La razón por la que se había negado a aceptar las condiciones de la empresa estaba explícita en la documentación aportada, y hasta había sido confirmada, sin querer, por el torpe atropellamiento en la oratoria del jefe de personal. Una vez firmadas las actas, Julia y su abogado se aprestaron a reunirse con su grupo en el vestíbulo mientras la parte contraria se desvanecía caminando a buen paso por los pasillos de recinto. Superada la tensión opresiva que ella sentía en la sala, el entorno le pareció ahora lleno de vida y reconoció en sí misma un cierto optimismo, sin duda relacionado con haber pasado ya el incómodo trance. Aquella misma tarde, Julia disculpó su presencia ante la familia y antes de salir de casa repasó mentalmente la lista de precauciones que le habían indicado. La primera era fundamental: programar actuaciones en redes sociales durante las próximas tres horas y dejar el móvil allí. Perfectamente aleccionada, se encaminó a la boca de metro más cercana teniendo buen cuidado de elegir los trasbordos que le permitieran saber si alguien seguía sus pasos. En contra de su costumbre, subió en ascensor hasta la superficie; importaba y mucho asegurarse el anonimato. El ruido del tráfico inundó su mente por unos instantes pero pronto reconoció los edificios gracias a los inconfundibles perfiles de sus siluetas. Caminó hacia el norte un par de manzanas e identificó fácilmente el esbelto inmueble donde la esperaban. Un único bloque ocupaba el número 7 de aquella calle de la Buena Estrella. Entró. El panel informativo del enorme portal exponía el entramado de empresas que lo habitaban. “Crisol. Servicios digitales”, leyó en el 5ºB. Esta vez eligió la soledad recóndita de la escalera para acceder al piso, a pesar del considerable esfuerzo que ello suponía. –Buenas tardes, ¿David, por favor? Soy Cristina Guzmán –mintió al dirigirse a un hombre joven con auriculares y micrófono que ocupaba la mesa situada frente a la puerta–. Me espera. –Un momento, por favor, voy a localizarle – indicó él para después proceder a una breve consulta telefónica. –Siga este pasillo de la izquierda. Es la 3ª puerta, también a la izquierda.Verá un rótulo con su nombre. La oficina, así, a vista de pájaro, resultaba funcional e indudablemente muy luminosa lo que propiciaba una cierta sensación de acogimiento. Paneles acristalados con zonas traslúcidas separaban diferentes despachos en ese lado de la planta.Ya en la puerta indicada, llamó con los nudillos suavemente.Al entrar en el despacho de David, una generosa vista de la sierra de Madrid en la lejanía, como si de la cuarta pared se tratase, captó por un instante toda la atención de Julia. A cambio, la austera composición del despacho no le sorprendió. Dos grandes pantallas en acabado gris metalizado y un portátil blanco con la inconfundible manzana mordida en el reverso reposaban sobre las dos mesas del trabajo. Reparó en que la ausencia de papeles añadía pulcritud a tanto acabado vitrificado. David y Javier la esperaban levantados. La sonrisa que esbozaron sumó naturalidad al intercambio de saludos. 15 Pliegos de Rebotica 2020

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