O
toño. Y un libro. He aquí una perfecta unión que nos espera. La ventana abierta
aún, el viento que ya apunta el frescor de las tardes de octubre que ya se nos acortan, el
rumor de hojas ligeramente secas. Y ante nosotros la palabra que el escritor colocó en el
orden justo y la cadencia sabia. Cómo no recordar en este momento a Quevedo cuando, en
aquel su retiro, estaba “escuchando con sus ojos a los muertos”. Saliendo de la realidad
adversa en su feliz comunión, tan intensa, con los clásicos; bebiendo de las fuentes más
fecundas. Asumiendo. Aprendiendo.
Y esta imagen me lleva a otros escritores queridos que profesaban este rito de admiración.
Como el asombroso Azorín. También el verano es especial tiempo de lectura -¿y cuando
no?- y acabo de releer a este autor, gigante de la pluma, al que quizá ahora no se frecuenta
tanto como se debería
Leer a Azorín de nuevo. Qué gozo. Y qué envidia de su don.
Qué cosa tan deliciosa saborear una prosa tan limpia y exacta, el ritmo justo del relato o su
perfección en el adjetivo. Es cierto que este autor no tiene un solo estilo, -hasta siete
determinó en su estudio Pedro de Lorenzo- lo que no es extraño en alguien que escribió a
lo largo de 70 años y pasó a través de la I República, La Restauración, La Dictadura, la II
República, la Guerra Civil y la época del Franquismo. Pero esto no hace más que
magnificar su quehacer ingente. Curiosamente, su vocación era la política, pero pronto se
da cuenta de que su oratoria no es lo suficientemente buena para un político y decide
que el camino para alcanzar una cierta capacidad de influencia podía ser el periodismo.
Y por fortuna se lanza a ello plenamente. Colabora con distintos periódicos de su
ciudad antes de venir a Madrid y en esta capital con algunos más hasta que al fin entra
en ABC en el que escribirá hasta su muerte con unos artículos que nunca tuvieron que
retocarse ni en una palabra, ni siquiera cuando entraban a formar
parte de un libro.
Escribe y escribe. Sus comienzos no fueron fáciles, pues las
ediciones de sus primeros 19 libros tuvieron que ser
sufragadas por él mismo, incluso pidiendo a su madre, ya
viuda, que empeñase el reloj de oro de su padre
para pagar la impresión de uno de ellos. Todos los
temas, todos los géneros le son cercanos,
innovando la literatura de su tiempo y aunque
parezca increíble, sus artículos pasan de 3000
y sus obras completas ocupan más de 40
volúmenes. Según decía, su secreto era el
tesón y “ver pasar, ver volver”.
Recuerdo ahora una anécdota en la que una periodista norteamericana,
en una entrevista cuando Azorín contaba ya más de ochenta años, le explicaba los
adelantos de la ciencia de aquella generación para ver si él se asombraba; La
velocidad, los viajes espaciales, los ordenadores…Hasta que un tanto amoscada
porque él no decía nada al respecto, le preguntó: “Y ustedes entonces ¿Qué es lo
que hacían?” A lo que él, lacónicamente, contestó: “Vivíamos.”
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P
de Rebotica
LIEGOS
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CARTA DE LA DIRECTORA
Margarita Arroyo
Azorín
qué envidia