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A

caso mi poca habilidad para tener una noción clara para medir el tiempo o simplemente que necesito que algo me delimite y concrete en un momento determinado, hace que me atraigan especialmente los relojes. Los colecciono funcionen o no, sean de muñeca o de pared. Son útiles, necesarios, decorativos y su historia acompaña al hombre desde aquellos primitivos relojes de agua, de arena o de piedra, sin olvidarnos de los enormes y complicados relojes de las iglesias y las catedrales con sus carillones musicales y sus figuras que se pasean y se mueven por su camino predestinado. Uno de estos es el de Luden, tan famoso, por el que cada hora desfilan guerreros pertrechados de antiguas armaduras que golpean con sus espadas para dar la hora mientras al fondo se va abriendo un camarín donde se representa la adoración de los Reyes Magos al son de un carillón con sonido de órgano. No es el único con tan complicado mecanismo, pero tampoco hemos de olvidarnos de otros más humildes que simplemente daban las horas desde su torre, relojes tan útiles durante siglos cuando sólo unos pocos podían permitirse el lujo de tener un reloj.

Muy lejos todos ellos de los actuales. Complejidad, arte y utilidad acompañan a los relojes de época y curiosamente vamos hacia una simplicidad mayor en su mecanismo aunque cada vez la técnica los haga más exactos. Así hemos llegado a cronómetros que miden milésimas de segundo, lo que es muy importante para algunos aspectos de la ciencia y el deporte aunque al resto de los mortales nos deje fríos.

Y sin embargo, a pesar de todos los adelantos, no se ha encontrado todavía el reloj completo, porque hasta ahora su medición es lineal, no determina más que una parte de la realidad. Abarca solamente una faceta del tiempo. Mide las horas cotidianas, las que no tienen ni luz ni sombra. Las horas planas.

Pero el tiempo tiene más de una dimensión, que es lo que hasta ahora se mide. Tiene dos y hasta tres. Incluso una cuarta accesible solamente para iniciados como el monje de las “Cantigas”, tan preocupado por conocer la eternidad que llegó a poner en entredicho su fe por no poder entender ni abarcar el concepto. Salió a pasear para meditar este problema y se quedó un momento escuchando el canto de un jilguero. Cuando volvió a su convento nadie le conocía porque lo que para él fue un momento, en realidad había durado tres siglos. Y es que no todas las horas tienen la misma extensión. ¿Cuánto mide un minuto de un beso de amor y cuánto el último de un condenado a muerte? ¿Cuánto el de un momento feliz y el de uno de terror? ¿Y cuánto aquel minuto eterno del éxtasis de santa Teresa?

Hay horas inacabables y las hay fugaces. Intensas o adormecidas. Livianas o densas. Y todas medidas con minutos idénticos. Con idénticos segundos. ¡Qué poca exactitud!■

P

de Rebotica de Rebotica

LIEGOS LIEGOS 3

CARTA DE LA DIRECTORA

Margarita Arroyo

Que poca

exactitud!

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